El firmamento carcelario masculino de soldados y presos, fugados y requetés, contó con la presencia protagonista de diversas mujeres.
La más completa aportación se debe a la investigación de Amaia Kowasch, Tejiendo redes, en la que reconstruye, desafiando las dificultades propias del trascurso del tiempo, esa labor silenciada. También lo recogía la periodista Pili Yoldi: “[…] las de la UGT, que tres veces por semana llegaban con ropa, comida y tabaco. También subían al fuerte algunas mujeres nacionalistas, que se organizaban para llegar al menos una vez a la semana –los jueves– con ropa y paquetes para los gudaris, los de los pabellones”.[1]
El activismo de estas mujeres no queda circunscrito a labores de apoyo material y afectivo a los detenidos. Muchas de ellas, aparte de esposas o hermanas, compartían los ideales políticos de los presos y filtraban información sobre la situación política y el desarrollo de la guerra. El fugado Antonio Blanco, una vez capturado, declara que por medio de su mujer había sabido que el general Yagüe abogaba por la excarcelación de los presos republicanos, por lo que pensó que su salida estaba autorizada. Una excusa, pero indicativa de que en el interior conocían el curso de los acontecimientos, como las luchas por el poder que enfrentaron a Yagüe y Hedilla con Franco.
Este aspecto no pasó inadvertido a los militares, que se cebaron en ellas a la hora de buscar ilusorias complicidades externas a los fugados –hasta 38 folios les dedican en el sumario 1916–.
“Para preparar su fuga, los evadidos han debido tener indudables relaciones e inteligencia con el exterior del fuerte por medio de las comunicaciones que se conceden a los reclusos con sus familiares, que posiblemente no siempre lo son”, concluía el SIPM.
Para el 27 de mayo ya habían sido detenidas y encarceladas Raimunda Leiva –antigua militante de UGT–, su hija Guillermina y las hermanas Dolores y M.ª Luz Miranda, quienes los domingos visitaban a presos. También por su sospechosa relación con uno de los guardianes del fuerte, Manuel Campos.
Se registra el domicilio de Marina Zudaire, madre de las hermanas Miranda Zudaire, en busca de pruebas inculpatorias, “por si elementos extraños pudieron haber tenido relación con la fuga de presos del fuerte”. Se incauta a M.ª Luz Miranda una carta de 1935, cuyo remitente, Daniel Morchón estaba preso en la cárcel de Alcalá, y que se despide con un “Salud y Anarquía. Viva la FAI”. En otra misiva exhortaba a Vicente Moriones, preso de CNT en el fuerte, a visitarla cuando saliese. Vicente, cumplida su condena, fue puesto en libertad en la mañana de ese domingo 22 de mayo, encontrándose ambos a las 21:30, como declarará al ser detenida. M.ª Luz había estado en contacto con el activo grupo libertario de Sangüesa, entre ellos, Vicente, Daniel Morchón y José Benedé (ejecutado en el fuerte en noviembre de 1936).
Otro grupo de mujeres de Artica, que simpatizaban con los presos que trabajaban en la carretera de acceso, son detenidas y encarceladas. Tres quedarán pronto en libertad (Sebastiana Yoldi, Amparo Liberal y Simona Goñi), y más tarde otras dos, Juana Garro Bandrés y Luisa Primo Suazo, “muy significadas izquierdistas, cotizantes del Socorro Rojo internacional y que cuando estaban en el fuerte los presos de Asturias del 34, les hacían visitas con bastante frecuencia y sobre todo esta última que visitó a los presos del fuerte el día de visita de la semana última antes de la fuga”. A quien visita Luisa Primo el 18 de mayo es a Vicente Tuñón, ferroviario, y burgalés como ella. Luisa se avecinda en Artica, la población más cercana a la prisión.
Es un fenómeno repetido de mujeres foráneas que se domicilian cerca del fuerte: entre otras, lo hace en Artica Anselma Olave para atender al vizcaíno Venancio Iñurrieta, exconcejal nacionalista; o Julia Montejo Arce, libertaria de Barakaldo, que se desplaza a vivir a Pamplona para atender a sus compañeros. A. Kowasch rescata a Vicenta López, detenida e interrogada por la Guardia Civil a raíz de la fuga de 1938 en la que tomó parte Teodoro Hernán, su marido, y como ella, miembro del Partido Comunista en Miranda de Ebro.
Un tercer grupo, jóvenes vasquistas pertenecientes a la Emakume Abertzale Baltza, tales como las hermanas Azqueta, las hermanas Redín, las hermanas Iturralde, María Arbizu, Carmen Pérez Marturet…, prestaba apoyo a nacionalistas encarcelados. Las hermanas Iturralde fueron enviadas a prisión el 23 de junio por orden del juez instructor de la fuga. Su familia era propietaria del bar Catachu en Pamplona, señalado como lugar de encuentro para quienes pretendían cruzar clandestinamente la frontera. Con ese motivo fue objeto de una redada, y apertura de sumario en abril de 1938. En ese sumario también figuraban Felisa Redín y Carmen Pérez, quienes visitaron a sus hermanos presos, Pablo y Lorenzo, en el fuerte, pocos días antes de la fuga de mayo. Ambas, con María Arbizu, también fueron detenidas en junio. Demasiadas coincidencias para unos militares ávidos de entender lo sucedido.
Estos tres grupos de mujeres serán puestas en libertad al cabo de unos días o semanas, una vez descartada su implicación.
Peor suerte corrió María Larraga. Su marido, Pedro Lacabe, alcalde socialista de Berbinzana, había logrado escapar y encontró refugio en Francia. María, desde el pueblo, visitaba a su sobrino Pablo Asenjo, encarcelado en el fuerte. Los militares encontraron en ella la ansiada conexión entre los encarcelados y los exiliados que supuestamente apoyaban la escapada: “de modo confidencial se sabe que esta tía –Antolína Asenjo– le sirve de intermediaria para estar en correspondencia con los rojos. Además, la citada individua se traslada con frecuencia de unos lugares a otros. Su significación acusadamente marxista, el hecho de sostener correspondencia con la zona roja y en constante movimiento por los alrededores de esta capital le hacen sospechosa de estar en relación con algunos de los presos en el citado fuerte, y si no clara y evidentemente complicada en la fuga, si dispuesta a patrocinarla y favorecerla, protegiendo a los que se encuentran para capturar, tanto con su asistencia, como con las indicaciones respecto a caminos y situación y movimientos de las fuerzas“.[2]
Encarcelada en la prisión provincial, es inculpada de reunirse con un grupo clandestino. Su marido, exilado y enfermo, le escribe desde el hospital de mutilados de Euzkadi en Bidart, a la cárcel de Ondarreta donde es trasladada: “No te lleves mal rato que a todo se llegará a tiempo”, con una letra rota que lo desmentía. Falleció al día siguiente, 8 de diciembre de 1939. Estampa propia de una novela tristísima.
La presencia de mujeres activistas se rememora en otros puntos:
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En el grupo de milicianos que tratan de frenar el avance sedicioso hacia Bilbao el 19 de julio de 1936, junto a Elorza, Pico, Garrofé… son detenidas Virginia Bilbao, de Barakaldo, y Adelaida Elejalde, de Sestao, que fueron encarceladas en el penal de Laguardia por tenencia de armas.
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Es Julia Bea Soto, Matilde, quien dirigía el grupo que trata de reconstituir el PCE en Pamplona, cuando Jacinto Ochoa, Felipe Celay y otros son detenidos. Julia es capturada en Valencia al final de la guerra. Escapa y regresa a Pamplona, dedicada a la recomposición del partido. Logra eludir la caída de Jacinto y el resto, pero es detenida en 1943, junto a Dorotea Serrano, Dora. Cumplirán ocho años de cárcel.
Respecto al bando sublevado, el carácter que imprimía a la participación de mujeres en el esfuerzo bélico, hace improbable su participación activa en el operativo de persecución de los fugados, más allá de labores logísticas, pero estaban organizadas: la Asociación femenina carlista, las Margaritas, se legalizó en valles como en Juslapeña ya en junio de 1933, y Jovino Fernández constata su presencia en el grupo perseguidor.
[1] Gara, 25 de mayo de 2005.
[2] Expediente penitenciario (DGIP). Informe de la Delegación de Orden Público de Navarra e Inspección de Fronteras de 29 de mayo de 1938, previo a su detención el día 31.
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