A partir de este relato, se irá revelando que el cuarto fugado mantuvo otros encuentros en Iragi, en Urtasun y en la puerta del fuerte. Con esos testimonios y otras averiguaciones, se reconstruye su fuga.
En los montes del término de Etsain, un grupo descansa el sábado 28. Llevan seis días y se encuentran a escasos 20 km del fuerte. El avance es lento. Solo de noche, con cautela, y dando rodeos a ciegas para sortear las patrullas. Afortunadamente, desde el miércoles el tiempo ha mejorado y ya no reposan sobre el barrizal y tiritan bajo la lluvia. El jueves, día de la Ascensión, lució “un soberbio tiempo lleno de azul y de sol”, como recoge la prensa. Arrastran la desnutrición del penal y solo cuentan con limacos, caracoles, hierbas y de lo que se aprovisionan en alguna huerta. En Iriarteko borda, uno de ellos es sorprendido comiendo una remolacha por Silverio Ripalda y su hijo Pedro, de 15 años, que suben a trabajar sus parcelas. El pequeño José, con 6 años, escuchará la historia en casa. El intruso y los paisanos se sobresaltan. Después, le ofrecen su comida y le indican cómo seguir hacia Iragi, en el camino a Francia. Silverio es autoridad del concejo, conoce la terminante orden de delatar la presencia de fugitivos y debe pensar en sus ocho hijos. El fugado y su grupo siguen su camino, intranquilos, pues han observado al muchacho alejarse corriendo, pero esquivar o tropezar con los perseguidores es fruto de la fortuna.
En Bardegi, ya en término de Iragi, el grupo es interceptado por una patrulla, a la que acompaña Miguel Gascue, nacido en Lizaso, casado en Banca. Sin tierras, sus ingresos son inciertos. En 1917 colabora, a sueldo de los alemanes, en la deserción desde Banca a Valcarlos de soldados del ejército francés, por lo que fue encarcelado y después expulsado del país. Se instala en Egozkue en 1922, donde vive la fuga.
Los fugados oponen resistencia. Algunos pudieron intentar retroceder, ya que, a dos kilómetros, en Usetxi, hay noticia de la captura y fusilamiento de tres fugados, exhumados en 2016. Otros dos, capturados en Bardegi, son bajados a Iragi, donde Felipe Ripa y Jesús Linzoain los recordaban maniatados, uno con sangre en la cara, golpeado en el forcejeo. De ahí a Urtasun, donde serán fusilados. Del grupo, tan solo uno reanuda la huida. Un disparo de posta le alcanza en el brazo sin detenerlo.
Los niños de Urtasun regresan ese sábado de la escuela de Eugi. Beatriz Urdaniz (n.1926) camina con sus amigas Eloísa y Leonor. Esta última vivía en el molino aguas abajo, como sus hermanos, que cerraban el grupo. Ahora octogenarias, relatan con congoja ese episodio de su vida.
Observaron alarmadas el inusual movimiento de militares que escoltaban a tres hombres mal vestidos. Uno destacaba por su altura. Los siguen a distancia, y cuando toman la senda que sube a Iragi, verán su ejecución en Tellari desde el carretil paralelo.
Cuando Beatriz regresa a casa, su hermano Carlos contará que regresaba al atardecer de pastar con las ovejas por las bordas de altura cuando escuchó unas detonaciones. Cruzado el puente, ya a la entrada del pueblo, las ovejas se inquietan, remisas a sortear los dos cadáveres que yacían en la cuneta. Un niño, Antonio Esnoz, entre los arbustos, oyó a uno de los detenidos clamar por sus hijos e implorar inútilmente por su vida.
El párroco Cesáreo Osta los confiesa; alguno se abstiene. Trató de evitar las ejecuciones, pero el mando militar llegado de Pamplona hace caso omiso. Al atardecer de un caluroso sábado de primavera son asesinados. En la mañana del domingo, el párroco requiere a Juan Esnoz y a Antonio Urdániz que con su carro y bueyes recojan los cuerpos. El más joven era de Bilbao, les comenta. Su rincón en el cementerio, a la sombra de una acacia, será respetado.
Andrés Zudaire, fugado de Azagra, fusilado en Urtasun
El operativo de búsqueda de fugitivos se mantiene hasta el 15 de junio.
En Iragi, los militares –diez soldados, dos cabos y un sargento– se alojaban distribuidos por las casas, pero comían en la posada. Allí se encontraban cuando irrumpió un requeté uniformado, de nombre Agustín Zudaire. Convaleciente en el hospital en Pamplona de una herida en el frente de Teruel, una desconocida le observa y finalmente le aborda cuando toma un autobús. Por su alto porte –en el pueblo le llaman el Grande– y por su parecido, le pregunta si tiene algún hermano. Al confirmárselo, la mujer, apesadumbrada, le desvela que ha sido testigo de su fusilamiento en Urtasun. Agustín, angustiado, se dirige a ese pueblo, y de ahí a Iragi, donde reclama por la muerte de su hermano. La tensión es tal que echan mano de los fusiles. Finalmente logran apaciguarlo.
De los tres hermanos varones, Felipe fue fusilado en 1936. Andrés, encarcelado en el fuerte, participa en la fuga y es asesinado en Urtasun. Su ficha penitenciaria señala un inusual 1,80 m de altura. El tercer varón, Agustín, para eludir el destino de sus hermanos queda enrolado como “voluntario” del Requeté, como un hijo de Felipe ingresa en Falange.
El silencio se abate después sobre aquellos sangrientos hechos. Pasan cuatro décadas, hasta que en 1978 llega a Urtasun una familia de la Ribera reclamando uno de los cuerpos. Juan Antonio Reta, el sepulturero local, y Carlos del Rosario, autoridad del concejo, se unen a la familia. Margarita Zudaire (n.1931), hija de Andrés, acompaña a su madre María Sainz. Era una niña cuando se llevaron a su padre. Al terminar el desayuno, explica, le vinieron a buscar. Uno, amigo suyo. Ya no volvió.
En su acta de defunción en el Registro Civil de Azagra, de 1941, consta como fallecido el 28-5-38 en Urtasun, y como causa de muerte “la lucha nacional contra el marxismo”. Firma como testigo Antolín Gurrea, uno de los represores en Azagra, según N-1936.
Cuatro décadas después, en junio de 2017, la exhumación de los enterrados en Urtasun permite, mediante el ADN de su hija, completar la devolución de sus restos.