La vida en la regata

Yo estaba a menudo a solas con mi caballo en la montaña sobre el valle de los Aldudes. Durante siete años –los más difíciles debido a la guerra civil en España y la guerra europea–, yo era el único médico en este valle de montaña con 1500 habitantes que vivían en cuatro aldeas –Urepele, Aldudes, Banca y Baigorri– y casas aisladas dispersas”. Son palabras de A. Dufilho,[1] que describe su vida como galeno desde 1937 a 1953 y, por tanto, quien tuvo que atender al fugado herido en 1938.

Tiene un valor reseñable como observador de primera mano sobre la vida del valle y el difícil tránsito para llegar a los alejados caseríos de Haira, de la que resalta su vertical geografía, su escasa y aislada población, añadiendo que “fue a menudo el lugar de incidentes trágicos y también el teatro de escenas inesperadas”.

En el capítulo que titula en castellano “Tras los montes”, habla de la frontera, de la cura de un herido de bala por contrabando, punteando que la guerra en España no hizo sino multiplicar esos riesgos, pues si bien los aduaneros tiraban raramente, las patrullas militares lo hacían sin piedad, añadiendo que no fue el único caso en que le tocó intervenir –“Il m´arriva plusieurs fois d´intervenir dans de telles circonstances”–, citando otro caso de atención a un rouge en Joanesto, cerca de Olhaberrieta.

En el valle, muchas familias quedaron divididas según sus preferencias en la guerra vecina. Dufilho desliza sus simpatías hacia el bando perdedor, al destacar que esa contienda tuvo como consecuencia el asentamiento en el valle de personas “que aportaron con su actitud moral un fermento inhabitual de liberación”.

En la aislada regata, el médico no era el único que pudo ayudar al fugitivo. Cerca del núcleo urbano, una central eléctrica turbina sus aguas. La posada Ithurriehilo acogía a uno de sus electricistas, Octavio Calleja, de una exótica procedencia: nacido en Azagra en 1881; en Banca desde 1919 hasta su fallecimiento en 1962. No hay constancia de que supiesen de su mutua presencia, pero esta afinidad en tierras extrañas pudo facilitar la comunicación, encontrar trabajo … y con la gestión del pasaje a México.

Otros probables facilitadores era Agustín Ripa, de origen español, en el cercano caserío Gixonaenea y Juan Hualde, Haurra, n. Valcarlos 1918, refugiado en 1936 en el caserío Joanesto, donde vivía su hermana María. Ayudaba en el caserío y, con otros refugiados, en el contrabando. Dos jóvenes refugiados clandestinos en caseríos cercanos, de la misma edad, que podían colaborar en la extendida actividad del contrabando, y alguien con quien comunicarse en castellano en un entorno vascoparlante. No acaban aquí las coincidencias. En Joanesto vivía también Gratien Uhalde, que había trabajado como pastor en los Estados Unidos, una referencia que se va abriendo paso.

 


[1] A. Dufilho. Docteur, un cheval vous attend. Mémoires d´un médicin du Pays Basque.