“De la misma manera que tener un secreto es humano, también es humano revelarlo, más tarde o más temprano”. Philip Roth, La mancha humana.
Los tiempos de este relato se miden en décadas. En 1978, cuatro décadas después del fusilamiento de Andrés Zudaire en Urtasun, su familia traslada sus restos a Azagra. Trascurren otras dos, antes de que un forastero en un todoterreno oscuro remueva el pasado. En marzo de 1997, en dos días sucesivos, visita Iragi. En el primer momento habla, sin bajarse del coche, con Pilar Belzarena, que pasea por la carretera. Pilar nació en Eugi y no puede responder sus preguntas, pero sí le indica que en el cementerio local no están enterradas las personas por las que pregunta. El extraño cruza unas palabras con Leandro, pero será con su padre, Gaspar, con quien converse detenidamente, quien lo escuche acerca de la huida del fuerte, su paso por esos lugares antes de alcanzar la frontera y su renacida vida posterior.
Desahoga las aflicciones que le han marcado en la vida. Una catarsis emocional desde la laxitud que da el anonimato. Viene como jubilado a rememorar aquel decisivo episodio y saber del paradero de sus compañeros.
Gaspar le encamina a Urtasun. En la plaza de ese pueblo, Mariano del Rosario y su hija Elena departen con su vecino J. Antonio Reta. El visitante reitera sus preguntas: el destino de quienes formaban su grupo en la fuga. Mariano le contará su recuerdo de aquellos fusilamientos y de su entierro, en los que participó, indicándole dónde reposan sus restos en el cementerio.
El extraño extendió la visita a su antiguo penal. En la misma primavera de 1997, dos jóvenes de Berriozar, Iván y Xabi, suben al monte Ezkaba. En la puerta del fuerte observan a un señor mayor, junto a un todoterreno oscuro, que se muestra conmovido. Entablan conversación y les narra su antigua estancia en el penal y su evasión, que recuerdan escuetamente. Iba en un grupo, sufrieron una emboscada y se quedó solo. Avanzando de noche, al cabo de días logró cruzar la frontera. “Procede que se guarde y vigile bien sobre todo durante la noche, que es únicamente cuando tratarán de pasar”, advertía la circular oficial.[1] De Francia llegó a Estados Unidos, donde prosperó como propietario de una empresa de transporte de madera. Allí formó su familia. Habló de hijas. Su historia les impresionó, pero en aquel momento no había mucho conocimiento de aquella fuga y no fueron conscientes de su trascendencia.
No es creible que se desplazase desde California en su nostálgico viaje, sin buscar el reencuentro con su samaritano protector en el caserío Olhaberrieta. Martín Urrels falleció nueve meses después, en diciembre de 1997. Las fechas dan al eventual encuentro un halo de despedida.
[1] Comandancia Militar del Bidasoa e Inspección de Frontera el día 27 de mayo de 1938. AGMAV, caja 2328.