Saber del paradero de los perdedores es problemático. Se borraron los rastros. La prensa oficial del verano de 1936 se hace incorpórea: cientos de personas ejecutadas, imperceptibles; miles de presos en el fuerte, invisibles.
El silencio y la ocultación se convirtieron en núcleo de sus vidas. Una estrategia para la supervivencia. Y el trascurso de los años diluyó sus testimonios. Entre los fugados, la familia de José Marinero en Puebla (México), conoció sorprendida ese capítulo de su vida solo después de su muerte. Valentín Lorenzo escribió en 1977 la carta que resume su detención y fuga, pero en junio de 1938 se había negado a ser entrevistado en Barcelona por miedo a represalias sobre los suyos.
Reconstruir la identidad del cuarto fugado exige dar respuesta a dos interrogantes:
Eppur si muove. Frente a este mosaico de dudas, los relatos que atestiguan la presencia de este cuarto fugado en Iragi, Urtasun y la puerta del fuerte en marzo de 1997, dan verosimilitud a su existencia. Su precavido silencio se rompe; por un momento, su sombra se hace presente. Su confesión a unos desconocidos recuerda la carta en la que Valentín Lorenzo narra, décadas después, su participación en la épica evasión, clamando al mundo: “Yo estuve allí”.