Resulta complicado sustanciar el número de implicados cuando han desaparecido los actores principales, a la vez que el secretismo entre los iniciados es condición de éxito de una evasión.
Los comprometidos
El sumario 1916 juzgó a diecisiete fugados como dirigentes, de los que catorce fueron fusilados el 8 de agosto de 1938 y otros tres tuvieron diferente suerte. La Guardia Civil añadió que “existen cargos concretos como dirigentes a doce muertos en la evasión”.
Juzgados como organizadores y fusilados
1. Calixto Carbonero Nieto 2. Bautista Álvarez Blanco 3. Baltasar Rabanillos Rodríguez 4. Francisco Hervás Salomé 5. Primitivo Miguel Frechilla 6. Gerardo Aguado Gómez 7. Teodoro Aguado Gómez 8. Antonio Casas Mateos 9. Rafael Pérez García 10. Miguel Nieto Gallego 11. Antonio Escudero Alconero 12. Daniel Elorza Ormaechea 13. Francisco Herrero Casado 14. Ricardo Fernández Cabal |
Dirigentes muertos en la fuga, según la Guardia Civil
1. Antonio Cruz Jiménez 2. Luis Horas Blanco 3. Joaquín Ibáñez Elduayen 4. Leopoldo Pico Pérez 5. Vicente San Martín Urroz 6. Juan Alzuaz Urquijo 7. Fernando Garrofé Gómez 8. Patrocinio Sánchez Vicente 9. Bonifacio Martín Roig 10. Antonio Valladares González 11. Juan Burgoa González 12. Julio Costa Piñeira |
El texto de F. Sierra e I. Alforja incluye como dirigentes a ocho fugados más, que logran sobrevivir a la escapada y a los fusilamientos de agosto: Juan Iglesias, Julián Ortega, José Molinero, Segundo Marquínez –quienes acompañaban a Pico desde 1936–, Manuel Villafrela, José M.ª Guerendiain, Marcelino Echeandía y Ángel Arbulo.
Su libro, La gran Fuga…, suma otros involucrados, con diferente grado de conocimiento de los preparativos: Macario González, Leopoldo Cámara y Eleuterio Sacristán, procedentes de Bernardos (Segovia), como el dirigente A. Casas. También a otros cuatro condenados por el Consejo de Guerra 102/36 de Valladolid: Teófilo García, Mariano Aparicio, Augusto Del Barrio y Ambrosio Ríos, los tres últimos incluidos por Santiago Robledo, que también añade a J. Anchía. Jacinto Ochoa lo supo a través de Bautista Álvarez. Francisco Hervás cita como dirigente, acompañando a Pico, a Carlos Poll. Josu Urresti afirmaba que Pico, con quien compartía celda, le ofreció participar en los preparativos, pero él declinó. Edmundo Méndez, fugado y amigo de P. Miguel y J. Ortega, contaba a sus hijos de su conocimiento de los preparativos, en los que incluía planos con rutas aportadas por sus compañeros navarros (San Martín era organizador y conocedor de Esteribar por lazos familiares).
El sigilo en los preparativos hace improbable que quienes se van sumando al núcleo conspirador a lo largo de los meses conociesen la identidad del resto de involucrados, por lo que su número definitivo queda en el incógnito, pero consignar sus afinidades previas explica cómo se fue vertebrando la trama. “Eleuterio Sacristán, el compañero con el que tenía más confianza, también estaba al corriente de la misma, pero ni él me dijo nada de ésta, ni yo a él tampoco”, confesaba L. Cámara.[1]
La gran Fuga… parte de que fueron al menos veintisiete, que identifica, quienes participaron en los preparativos, junto a otros con un menor grado de conocimiento del plan. “Al menos”, lo que deja abierto el número. Jose M.ª Goñi Avinzano aporta una referencia de los comprometidos en la 2.ª Brigada, en la que estaba recluido: “[…] le cerraron la puerta de hierro y desde dentro vio cómo se llevaban detenidos a los funcionarios […] y al poco rato abrieron la puerta llamando a Calixto Carbonero y salieron como unos veinte presos. Después oyeron tiros”.[2]
En la descripción de la revuelta el fiscal relata: “se fusionan en un solo grupo, acrecentado con un mayor número de penados, hasta reunirse unos cincuenta o sesenta”,[3] quienes arremeten y desarman a los desprevenidos soldados en el comedor. Dolores, hija Lorenzo Herrero, en Entre dos celdas, basada en recuerdos transmitidos por su padre, dice: “llegó un momento en que se habían comprometido cincuenta prisioneros”. Reitera esa cifra en boca de Juan Iglesias, a quien entrevistó en 1994: “Salimos alocadamente al monte, no ya los cincuenta comprometidos, sino a centenares”.[4] El sargento Ángel Mayo declara a su vez que “ignora el número de presos que se fugaron, pero que el grupo que a él le tiraba era de unos cincuenta a sesenta”.[5]
Mimbres para un plan de fuga
Las biografías de estos insurgentes ya anticipaban sus intenciones: gentes de acción, que en distintos penales entretejen complicidades y que se reencuentran en el fuerte. La conjunción de su espíritu rebelde, esas connivencias previas y las duras condiciones del fuerte los lleva a planificar una evasión.
Destaca un núcleo castellano. En la tarde del 18 de julio de 1936, varios cientos de personas afectas al Frente Popular tratan de articular la resistencia al golpe militar desde la Casa del Pueblo de Valladolid. Aplastados con fuego artillero y de ametralladora, son detenidos y condenados en la causa 102/1936. De ellos, un centenar es trasladado al fuerte; la mitad participarán en la fuga de mayo, y entre ellos se encuentran ocho de los señalados como instigadores: Bautista Álvarez, Baltasar Rabanillo, Antonio Escudero, Teodoro y Gerardo Aguado, Juan Burgoa y Bonifacio Martín. Tres más proceden de Segovia: Antonio Casas, Francisco Herrero y Francisco Hervás; otros de Salamanca, como Calixto Carbonero y Patrocinio Sánchez; o de Ávila, como Miguel Nieto. De Galicia proceden Antonio Valladares, Julio Costa y Primitivo Miguel, avecindado en A Coruña. Por razón de su oficio (albañiles, carpinteros, fontaneros…), muchos son destinados a labores de mantenimiento, tienen acceso a las herramientas, se les franquean las puertas… y toman nota de cuanto conviene.
El 19 de julio, el gobernador civil de Bizkaia hace un llamamiento en Bilbao para contener el avance sedicioso desde Vitoria. Se improvisa la requisa de camiones y coches que parten al límite entre las provincias. Leopoldo Pico, Segundo Marquínez, Juan Iglesias y José Molinero intentan volar un puente en Baranbio. Otro grupo lo forman Fernando Garrofé, Julián Ortega y Martín Garrido en la bifurcación de carreteras entre Otxandiano (Otxandio) y Ubidea. En un tercer grupo, en Villarreal (Legutio), están Daniel Elorza y Jesús Anchía. Los nueve son capturados, sentenciados y encarcelados en la provincial de Vitoria. Para cuando sean trasladados al fuerte, ya ha germinado otro de los núcleos de lo que será el comité de fuga en el que todos participan, muchos desde la nave séptima de la lúgubre 1.ª Brigada.
Entre los conspiradores, Pico ejerce liderazgo. El director del penal y diversos guardianes lo señalan como artífice del levantamiento; “Un sujeto peligroso”, lo califica Del Cid. El día 23, un informe policial señala que “el considerable núcleo de fugitivos era capitaneado por un tal PICÓ PÉREZ”. También los fugados capturados conceden a Pico el papel director y destacan su arrojo. “Leopoldo Pico era el principal organizador. A ese lo mataron en el monte”, afirmaba Jacinto Ochoa en 1978.
Trabajaba de moldeador en los astilleros Euskalduna, como antes su padre, llegados de Cantabria. En Deusto conoce a Conchi Mazo, Conchín, que olvida su pertenencia a una familia de armadores bílbaínos para casarse con ese agraciado obrero de fácil verbo y que baila divinamente. El Patilargo de Bilbao, que dirá algún preso. Irresistible.
Viven en la calle Correo 16, en Bilbao, donde su vida queda compartimentada. A un lado, la vivienda familiar; al otro, el local del PCE, del que Leopoldo es activista. En la sede, donde la efervescencia política encadena las reuniones, a las que es asidua Dolores Ibarruri. De esas fechas remonta la visceral inquina de la esposa sobre Pasionaria, símbolo del mundo que la alejaba de su marido.
Estuvo preso en la cárcel de Larrinaga debido a su militancia ya antes del golpe de 1936. Ajetreada vida marital en la que la familia crecía al son de los intervalos en que no estaba ausente. Esperanza, su hija, nace en 1933, Pedro, en 1934.
Conchín reanuda las visitas penitenciarias, a veces con los niños, cuando Leopoldo es trasladado al fuerte de Ezkaba. Se sorprendía de la solidaridad que le mostraban otras mujeres, conocedoras de quien era, dándole comida o cobijo. La investigación de A. Kowasch sobre estas redes de apoyo sitúa estos vagos recuerdos familiares: “Mentxu añade que su madre –Carmen Fleta– formaba parte del Socorro Rojo Internacional, organización que estaba coordinada con las acciones de otras mujeres y que por medio de pisos y pensiones de confianza daban cobertura a las familias de presos que venían de otras provincias. Mentxu y Carlos se acuerdan así, de un piso en la calle Estafeta en el que una señora acogía a mujeres que llegaban a Pamplona”.[6] El Socorro Rojo, cercano al Partido Comunista, al que pertenecía Pico, prestaba ese clandestino apoyo a pesar de la dura represión a sus activistas.
Conchi encontraba a su marido muy delgado. Estaba perdiendo la vista por su prolongado encierro sin apenas luz natural, agudizado por sus estancias en la celda de castigo, ocasiones en que regresaba a casa sin verlo. Marcada por el protagonismo de su marido y tras su muerte en 1938, se traslada y vive en Burdeos. Longeva, vivió sus últimos años al cuidado de su nieta, otra Conchi, en Barañain, junto a Pamplona, a la vista del fuerte. La abuela señalaba a la nieta, depositaria de los recuerdos familiares, el camino que tomaba para subir al penal sesenta años antes.
Entre quienes protagonizan la toma del fuerte reaparecen los libertarios, supuestos presos comunes, relegados en la amnistía que siguió al triunfo del Frente Popular, diezmados sin escrúpulos en noviembre de 1936, asiduos de las celdas de castigo y un extenso historial de intentos previos de fuga. El exadministrador M. Muñoz, en julio de 1938, se ufana de haberlo intuido: “esperaba algún hecho violento en la Prisión, por la confluencia de los reincidentes incorregibles, sediciosos en varias Prisiones y el resto de la población reclusa”.[7]
Los presos comunes
Los anarquistas recalan en el fuerte desde cárceles como Burgos, Alcalá, Ocaña o Valencia, centros donde se dieron disturbios desde febrero de 1936. Serna muestra su alegría al reencontrarse con libertarios como Alzuaz, Luis Horas, Ibisate o Guerendiain.
Dejan claro su rechazo a colaborar con el régimen carcelario: “con ocasión de la llegada de otros reclusos transferidos de otros establecimientos por incorregibles y encontrar dificultades para proveer a la Prisión de los destinos necesarios, por haberse confabulado los presos a no desempeñar ningún cargo en el Establecimiento y con ello crear una dificultad a la Dirección y al Régimen y a los servicios…”, declara el funcionario del penal Luis Gil.
Animosos, reeditan un ateneo entre los muros de la prisión, donde se dan clases de gramática, esperanto, francés, euskera, taquigrafía; Mardones da una charla sobre comunismo libertario… hasta que las prohibiciones y los estragos de la severa desnutrición irán mermando sus fuerzas. Cuenta Serna sobre Horas: “Cuando el hambre acogotó sus energías y comió sus carnes, mantuvo intacto su espíritu para leer, vivir. Pasaron meses sin clases, sin conferencias, sin visitas, sin alegrías”. Manuel Trula, fugado, al narrar la toma del fuerte: “estaba viendo a unos jugar a las damas, aunque estaba prohibido…”.
Vistos como simples malhechores, la relación con el resto de encerrados, en ocasiones es distante. “Los delincuentes comunes tenemos unas horas de salida al patio y los políticos otras distintas. Ningún roce”, refiere Serna. Pero hay un resquicio. Juan Alzuaz es destinado a la 1.ª Brigada y coincide en la nave 7.ª con Pico, Elorza, Garrofé, Anchía, Hervás y Marcelino Iriarte.
Alzuaz se perfila como el nexo entre el colectivo anarquista y el grupo de Pico. Revolucionarios ambos en la periferia bilbaína, rivales ideológicos en el exterior, comparten un espíritu inquieto para intentar lo imposible frente a un encierro agónico. Alzuaz, exseminarista, intelectual, daba clases de gramática en el fuerte, y había pertenecido al Grupo Esperanto de la CNT de Barakaldo, “gente capaz de tomar decisiones con solvencia y dirigir y coordinar la acción”, según escribe Serna, quien añade: “Luis Horas está en contacto con Alzuaz, y éste, a su vez, con Elorza y Pico”. Coincide con J. Urresti: “En el 7.º túnel estaban Pico, Alzuaz y Elorza”.
Alzuaz cuenta con estrechos lazos en la Brigada de Patio. En abril de 1934, junto a los alaveses Macario García, Emilio Ibisate y Joaquín Arroyabe, intentan una evasión desde la prisión de Vitoria. Los informes tachan al grupo de atracadores anarquistas y pistoleros de CNT y FAI. Son trasladados de cárcel: Macario y Juan a Alcalá; Emilio y Joaquín a Burgos. Manteniendo su desafío al orden penitenciario, protagonizan allí plantes y motines, y se reencuentran a partir de junio de 1936 en el penal de Ezkaba.
Los archivos resucitan otras ramificaciones que el tiempo y la muerte de sus protagonistas habían sepultado. El madrileño Rafael Pérez y el sevillano Manuel Villafrela participan con Alzuaz y Macario García en las protestas de la cárcel de Alcalá. Trasladados al fuerte, en 1937 Rafael comparte celda de castigo durante tres meses con Ibisate. En la toma del fuerte, Rafael estará entre ellos. El día de su captura, fusil en mano, indómito, “en vez de mostrarse humilde ante la adversidad, como les sucedía a los restantes capturados, se encontraba enteramente sonriente”, dice el informe de la Guardia Civil.
La intervención de estos comunes en la toma del fuerte no pasó desapercibida: “Juan Alzauz iba con pistola y disparó los cinco primeros tiros contra el centinela número cuatro”, dice F. Valverde,[8] ordenanza del director del fuerte; “Echeandía, Rafael Pérez El Gringo, Guerendiain, y otros de esa Brigada corrieron del patio hacia Ayudantía”, declaran H. Jiménez y M. Ricón. Luis Horas y Antonio Cruz, el Quemao, armados de fusil, son profusamente señalados por otros presos (Oblanca, Echevarría, Arrieta, Pertegal, Urieta…) entre quienes fueron por las Brigadas abriendo las cancelas. Declara igualmente Barruetabeña: “Luis Horas entró a la Brigada de Patio y les dijo “muchachos, a la calle”. Quiroga, remacha: “les obligaron a salir los comunes”. A. Arbulo, organizador, destaca su papel: “en enero se hizo un comité de fuga con Pico y otros […] entraron también algunos de la Brigada de Comunes…”.[9]
De estos comunes, Rafael Pérez, Villafrela, Pérez, Guerendiain, Echeandía, Cruz, Costa, Horas y Alzuaz, fueron identificados como organizadores en el sumario. Cuesta creer que Ibisate, Macario García y Arroyabe, que compartieron con ellos convicciones, tentativas previas de evasión, motines y celdas de castigo, quedasen al margen de la gestación de esta nueva fuga, última para la mayoría de ellos. Eustasio García, “Monín”,en celda de castigo ese señalado día, y “con un historial que se remonta a la revolución mejicana”, en palabras de su amigo Serna, es otro que reclama su lugar entre el medio centenar nombrado, al igual que Martín Garrido o los cenetistas riojanos. De otros desconocemos hasta su nombre.
Ayudar a la República desde tu puesto
La participación en la fuga vino motivada por la suma de hacinamiento, frío terrible, hambruna, tuberculosis… que conducía a los presos a una muerte lenta.[10]
En las Brigadas, cada nave –once– tenía a cada lado del pasillo central dos espacios de unos 26 metros, donde se hacinaban 25 presos. Un metro cuadrado por preso, sin camas ni colchones. “[…] Tenían unas perchas, una estantería metálica para colgador y poner las cosas. Pero aquello se llenaba y estaba todo alrededor de las paredes y el centro. O sea, que justamente tenías sitio, si te levantabas de noche tenías que andar con cuidado para no pisar a nadie”, describía Jacinto Ochoa.[11] En la 1ª Brigada, subterránea, una línea de bombillas de 25 vatios en el pasillo los acostumbraba a una vida en la penumbra. Ventanas con barrotes y sin cristales. “En invierno nevaba y entraba la ventisca por las ventanas”, recordaba L.F. Álvarez.[12]
El desabastecimiento llegaba al uniforme, que dejó de facilitarse cuando la población reclusa creció. Vestían su ropa de calle, con la que se dormía, a falta de mantas. También al obligatorio gorro, que era confeccionado por los presos con retales.
La dirección del penal, tres meses después de la fuga, comunica al juez: “se han colocado cristales en número superior a quinientos, y se llevaron a cabo reparaciones en las instalaciones de agua. El deterioro en las tuberías de conducción era causa de que se careciera de ella en los distintos departamentos, hasta el extremo de que se hacía sacar a la población penal al patio donde están instalados algunos grifos para las horas de paseo, a fin de que pudieran fregar allí los platos y proveerse de agua para todo el día. Ante la insuficiencia del lavadero para el gran número de penados, se han instalado pilas supletorias que facilitan la labor de limpieza de la ropa interior”.[14]
Los organizadores, custodiados en la prisión provincial hasta su fusilamiento al amanecer del 8 de agosto, pasaron sus últimas horas con miembros de la cofradía de los Hermanos de la Paz y Caridad, que reconfortaban a los convictos. El instructor toma declaración posteriormente a los cofrades y a oficiales de la prisión para conocer las causas últimas de la revuelta.
Los condenados señalan sin excepción al mal trato y al hambre –de los que hacen responsables al director y al administrador– como causas del levantamiento. Uno de los hermanos Aguado espetó al teniente de la Guardia Civil que “antes de fusilarlos a ellos, tenían que fusilar al Administrador Don Manuel Carlos Muñoz, porque los mataba de hambre”. Los reos lo comparan con el correcto trato y alimentación que reciben ahora, si bien uno de ellos replica al cabo de requetés que le lleva su último bocadillo: “¿A qué me traéis esto ahora, cuando me habéis matado de hambre?”.
Junto al hambre, comentan que “se ponían muchos tuberculosos, sobre todo en la primera Brigada y que era preferible que los matasen a seguir así”.
En el caso de los fugados, en sus declaraciones sumariales se describe su procedencia, edad, altura…y casi siempre se señala: “con barba poblada”. No solo era debido a los días en el monte, sino porque la barbería del penal era de pago, un lujo para quienes no alcanzaban para comprar comida en el economato.
Hambruna, ausencia de mantas de abrigo y agua, enfermedad…Pero hay algo más. El instructor del sumario ahonda en el plan de evasión y se desvela que en sus promotores había un añadido político: ayudar desde su puesto a la República.
El juez instructor interroga al alférez J. Sales sobre si estando de servicio la noche del siete al ocho en la prisión, oyó a los condenados a muerte alguna manifestación sobre las causas que motivaron la evasión, a lo que contesta que “conversando con varios reclusos, todos, mejor dicho, a los dos o tres que preguntó, le contestaron unánimemente, aunque la pregunta la hizo por separado, que el principal motivo era debido a la mala alimentación y falta de agua en el fuerte. Otra de las razones que le dieron fue de que creyendo de que los rojos iban a ganar la guerra y estando presos a treinta kilómetros de la frontera, se fugaron para que cuando la guerra la ganaran darles a los rojos razones contundentes de que habían hecho algo por el movimiento rojo”. [15]
Algún crédito debió merecer ello al instructor, que en su resumen sumarial lo reproduce: “sobre las razones de la fuga, dos o tres confesaron que creyendo que los rojos iban a ganar y estando tan cerca de la frontera, querían que la fuga tuviese un papel positivo en ello y que el descontento por el hambre, hizo que fuesen ganando adictos para la revuelta”.
A esa argumentación se sumó el fiscal. Conocedor de los entresijos de la trama, en informe de junio de 1942 sobre los responsables del centro, remarca: “La evasión no se debió exclusivamente al mal trato, sino que había un número reducido de reclusos que fueron los que idearon la evasión en masa y hubieron de manejar como argumento lo que ya estaba en el ánimo de todos, que de continuar en la situación que sufrían, en poco tiempo morirían todos de inanición. Es decir, que los procesados, con su conducta dieron un motivo de propaganda a los más exaltados”.[16]
La tesis de que el reducido grupo de insurrectos se apoyaron en el descontento para impulsar un apoyo a la República se hace verosímil. ¿Era ese su objetivo al organizar una masiva fuga de los 2500 reclusos, a pesar del riesgo que implicaba para sus protagonistas?
Los anarquistas mantenían una posición crítica con una República indecisa, pero les unía su beligerancia absoluta con el sistema penitenciario. Un testimonio familiar describe la visita de Hilaria, hermana de Segundo Hernández, cenetista de Vitoria: “Segundo estaba muy mal, con mucha rabia en ese agujero de cárcel que era el Fuerte, tenía ganas de hacer algo porque además habían matado a nuestro padre… él quería hacer algo… y al final llegó la fuga y también lo mataron”.
Ángel Arbulo sostenía que, al truncarse el plan por la huida de los centinelas, Pico les dijo: “compañeros, el proyecto ha fracasado”. “Lo dijo –prosigue–, porque la fuga no la prepararon por hambre, que la había, sino porque tenían mentalidad de luchadores”. [17] Contaba que Pico le propuso el plan en septiembre de 1937 y en enero se constituyó un comité de fuga con los más cercanos.
Algo parecido aseveraba Macario González: “supe que iba a haber una fuga y estaba preparado para ella, teniendo por cometido detener al guardián de la barbería. Estaba prevista para el 9 de mayo, pero hubo que esperar porque se creía que el ejército republicano iba a pasar el Ebro”.[18]
La noche anterior a la ejecución de los organizadores, el médico J. Áriz oyó decir a los Hermanos de la Paz y Caridad cómo los reos comentaron que tenían diseñada la fuga con todo detalle y planos desde hacía un año. El reo C. Carbonero confesó al alférez G. Eguizábal que llevaban fraguando los preparativos desde el mes de diciembre y que la intentona estaba programada para el 9 de mayo, aplazándose por la escrupulosidad con la que ese día los funcionarios cumplieron su servicio. Fueron conscientes de que el factor sorpresa se desbarató al huir algunos centinelas, pues contaban con que en tres horas podían rebasar los puntos estratégicos donde se situarían las fuerzas que saliesen en su persecución. El alférez J. Sales los oyó comentar “que si no habían hecho la fuga antes fue debido a que estaban esperando a que tuvieran mayor número de adictos para ello”.[19]
Josu Urresti, compañero de celda de Pico, dejó escrito en sus Memorias cómo este y Alzuaz hablaban en esperanto, y se recibían noticias de que los rojos habían conquistado Teruel o se acercaban a Zaragoza.[20] Otro fugado, Afrodisio González, abunda en ello: “Por entonces se luchaba en el Ebro y se pensaba que iban a liberarnos”. [21] También Santos Martínez: “…por las visitas y los periódicos que entraban clandestinamente se decía…”. Lo mismo Serna: “…bebiendo noticias que en trozos de periódicos nos informaban del triunfo rojinegro en Barcelona”.
La recepción de noticias era precaria, pero existente: “[…] Allí metíamos periódicos franceses, etc., y ellos sacaban las cartas”, confesaba Perico Ezcurdia.[22] Y los organizadores primaban el uso del esperanto para conspirar. ¡Antaŭen! era la expresión para echar a andar un plan. Ese idioma universal tenía su raigambre en la cultura obrera, particularmente anarquista, de la época. Entre los organizadores procedentes de la Margen Izquierda bilbaína, Alzuaz, Pico, Garrofé y Ortega lo hablaban. María, sobrina nieta de Fernando Garrofé, recuerda a su abuelo, hermano de Fernando, hablando en euskera, pero también en esperanto, aprendido de su madre maestra. Ana, hija del fugado Jovino Fernández, lo corrobora respecto a su padre. Ortega lo intercambiaba con su amigo Méndez por clases de contabilidad, a las que acudía el madrileño J. Nicolás, a su vez citado como enseñante de esperanto por Del Cura. Los hijos de A. Sánchez Canalejo conservan su manual de esperanto. Otros, como A. González, Landa o Bóveda dan testimonio[23] de la práctica de esa lengua franca entre los reclusos.
Para otros presos, monolingües en euskera o gallego, la supervivencia en ese universo carcelario era compleja. Cuando el fugado Pedro Areta es interrogado después de su captura, otro preso hace de traductor al castellano.
En abril de 1938, con la ofensiva en el Ebro se buscaba recuperar la continuidad territorial republicana, cortada entre el eje Madrid-Valencia de un lado y Cataluña del otro. Postrer intento de revertir el curso de la guerra o forzar una paz negociada. Difícilmente los conspiradores podían tener como guía esa ofensiva militar y diplomática cuando la planificación de la fuga era anterior. Pero parece acertado pensar que en la mente de los promotores bullía el golpe propagandístico que suponía la masiva fuga en una plaza fuerte de los sublevados, provocar su desconcierto y un efectista golpe a su moral. Ayudar a la República desde su puesto.
En ese contexto cobra sentido el resultado de la entrevista que los promotores mantienen con un grupo influyente de presos nacionalistas vascos. Josu Landa, uno de ellos, lo narra en sus Recuerdos. Pico y Rabanillo acuden al Pabellón 2.º C, en la segunda planta, donde se encontraban recluidos y en esos momentos reunidos, debatiendo una situación para ellos sobrevenida. Buscan involucrarlos, apreciando la experiencia militar de mandos de los batallones San Andrés y Gordexola, allí encarcelados desde el otoño de 1937. Cuenta Landa que, a la vista de la ausencia de apoyo exterior, valoraron como una temeridad lanzarse hacia la frontera y desecharon su participación. A ello se unía que, desde la caída de Bilbao y el abandono de los batallones de obediencia nacionalista en Santoña en agosto de 1937, se debilita su implicación en la causa republicana, y no compartían la voluntad de sus interlocutores de tomar tamaño riesgo en una empresa que no ven como propia.
Pero no eran momentos para pausados razonamientos ni consensuar consignas de grupo. Al menos una docena de presos nacionalistas se suman a la evasión. Como Saturnino Ichaso y Pablo Redín, también afiliados a Solidaridad de Trabajadores Vascos, detenidos y condenados juntos, que participarán en la fuga y morirán en el intento. Lamentaba Landa sobre Redín: “Quise convencerle para que no se marchara, pero no lo conseguí”. Como cada domingo, había recibido esa tarde la visita de su hermana Felisa. En esa rutinaria cita, ninguno de los hermanos podía sospechar que tres horas después correría monte abajo al encuentro de la muerte. El recuerdo de Redín e Ichaso perduró en su entorno, pues a ellos se refieren tanto Socorro Aranguren, una de las emakumes que los visitaban, como el sacerdote C. Saralegui, autor de Memorias y recuerdos de un cripto: “…cayeron dos chicos de Pamplona. Cuando vieron las puertas del Fuerte, los dos, jóvenes y montañeros, salieron buscando el camino de Francia”.
[1] Archivo de Capitanía Militar de Navarra – AGHD. Información para la concesión de indultos…, legajo 48-2576, f 180v.
[2] La gran fuga de las cárceles franquistas, p. 84.
[3] Archivo de Capitanía Militar de Navarra – AGHD, sumario 1916-38, f. 281.
[4] La gran fuga…, p. 229.
[5] Archivo de Capitanía Militar de Navarra – AGHD, sumario 1633-38, f. 2v.
[6] Amaia Kowasch. Tejiendo redes/Sareak Ehotzen. Mujeres solidarias con los presos del Fuerte, p. 55.
[7] Archivo R. y General de Navarra, caja 120 968, sumario 1915-38, f. 250.
[8] Archivo de Capitanía Militar de Navarra, sumario 1916-1938, f. 183.
[9] La gran fuga… p. 70.
[10] El representante de la Cruz Roja Internacional, Pourtalès, “visitó el penal hace unas semanas y encontró un gran descontento acerca de las condiciones de vida que, desde su punto de vista, dejan mucho que desear”, informa la embajada británica en Hendaya a su ministro Halifax el 4 de junio de 1938. The National Archives, FO 371 22626.
[11] Jose M.ª Jimeno Jurío, El fuerte de San Cristóbal/ Ezkaba…, p. 178.
[12] La gran fuga…, p. 66.
[13] Archivo de Capitanía Militar de Navarra, sumario 1916-38, f.119v.
[14] Archivo R. y General de Navarra, sumario 1915-1938, f. 220-225. Las limitaciones en la distribución de agua a la población penal contrastan con los imponentes aljibes de la fortaleza, con una capacidad de 3250 m3.
[15] Archivo de Capitanía Militar de Navarra, sumario 1915-38, tomo II, f. 157.
[16] Archivo de Capitanía Militar de Navarra, sumario 1915-38, f. 471v.
[17] La gran fuga de las cárceles franquistas, p. 70.
[18] La gran fuga de las cárceles…, p. 117.
[19] Archivo de Capitanía Militar de Navarra, Sumario 1915-38, tomo II, f. 157.
[20] La gran fuga de las cárceles…, p. 186.
[21] La gran fuga de las cárceles…, p. 122.
[22] Jose M.ª Jimeno Jurío, El fuerte de San Cristóbal/ Ezkaba …, p. 166
[23] La gran fuga de las cárceles….
- Los fugados
- El fuerte se reabre
- El plan de los conspiradores
- Las luces de la ciudad desde la puerta del Fuerte
- Un despiadado criterio
- La dispersión de los fugados
- Los que alcanzaron la frontera
- Una fuga repetida en 1944. El irreductible Jacinto
- La población local
- Mujeres protagonistas en una historia de varones
- Los olvidados
- ¿Era temeraria la intentona?