Catalunya en el fragor de la guerra

Una familia más entre miles, peregrinan por las masías hasta llegar a la Pobla de Segur, donde son alojados en la casa parroquial. Sustento precario y a cambio de trabajo. Los tarros de miel del cura fueron objeto de deseo que perduró en la memoria. Recogían setas, criaban conejos, la abuela regresaba con una calabaza bajo la ropa. Martín los visita por sorpresa. Se despidió desde el camión que lo había traído días antes. Su última imagen.

Una antigua casa de huéspedes requisada permite otro reagrupamiento en Barcelona: Vicente, ya casado, con su familia, y su hermano Sebastián, al mando de un pesquero. Una de las huéspedes no perdió ojo al marino y al tiempo se convirtió en la tía Pepita. La pensión era el ansiado albergue de las hermanas en sus escapadas a la ciudad desde Segur, buscando alicientes o un halo de normalidad: visitan una peluquería y salen con un corte a lo garçon, muy cortito, con ondulaciones. El rapapolvo de la abuela fue sonado.

La radio acompaña las veladas. Los noticieros hablan de la evasión del fuerte. En la fonda se comenta la gesta; otro inquilino, famélico y con la cabeza rapada, calla. Con más confianza, confesó que era uno de los fugados. Así se conocieron Luisa y Jovino. Sus visitas desde el frente del Segre en el que estaba destinado se sucedían. Llevaba alguna ración del cuartel y tabaco para el abuelo. “Parece un buen chico”, decía este. Contraen matrimonio civil en diciembre.