“Nos dirigimos a Sorauren, pasamos la carretera y monte a través fuimos hasta las Abaurreas –de donde era originario Felipe–. Allí nos dieron pan y jamón. Desde que salimos del fuerte pasamos dos noches en España y la tercera ya fue en Francia. Pasamos por Irati”. Jacinto Ochoa Marticorena, en la revista Punto y Hora, año 1979, donde narra la fuga que protagonizó en 1944, junto con Felipe Celay.
Jacinto, natural de Ujué (n.1917), participó en la fuga de 1938, fue capturado y salió en libertad atenuada en septiembre de 1940. En su caso, colaboró la intervención divina. El arzobispo de Pamplona, Marcelino Olaechea, intercede ante el coronel instructor del sumario: “Jacinto, uno de los obligados a evadirse (entregado luego a los nuestros), es hermano de un sacerdote ejemplarísimo y pertenece a una familia muy cristiana; y él personalmente no ha mantenido ideas extremistas”.[1]Jacinto, ajeno a ello, pronto reinicia el activismo político.
Felipe Celay, natural de Abaurrea Alta (n. 1911), huyó con el golpe de julio de 1936 a Francia, acompañado por el secretario municipal Ciriaco Merino, sabedores ambos de su incierto destino caso de permanecer en sus hogares. Felipe regresó a zona republicana, alistado en el batallón Larrañaga, organizado por el PCE, primero en Bilbao, y con su caída, a Santander, donde es capturado y enviado a un campo de concentración y más tarde a brigadas de trabajo forzoso en tierras burgalesas hasta mayo de 1940, que queda libre.
A principios de 1942, Jacinto y Felipe son detenidos en Pamplona, junto a Irene Soto, Pablo Iriarte, Rafael Echarte y Joaquín Ibarrola, cuando intentan reorganizar el Partido Comunista. Su responsable, Julia Bea Soto, Matilde, logra escapar, pero caerá más adelante, para rehacer luego su vida en París con Marcelino Iriarte, otro fugado del fuerte en 1938. En Madrid, condenados por el delito de espionaje y contra la seguridad del Estado, fraguan una nueva fuga. Para ello, solicitan el traslado al sanatorio penitenciario de San Cristóbal para cumplir la pena en trabajos auxiliares, donde llegan en julio de 1943.
La evasión se produce el 6 de septiembre de 1944, violentando una cerradura que daba a un almacén de víveres de la cocina, y de ahí saltando cinco metros por una pequeña ventana, eludiendo la vigilancia exterior de la Guardia Civil. Una nueva intentona.
“San Cristóbal puede ser una montaña estupenda; que se recuperen caminos y que se represente la fuga. Que no se olvide”, exhortaba en 1999 al grupo juvenil Zutarri Gazte Taldea, quienes rememoraron aquella escapada en diciembre de ese año, con Jacinto recién fallecido en octubre. Ayudó a completar trazado una fuente privilegiada, Asterio Arrese Celay, sobrino de Felipe, con quien convivió en Concepción (Chile) y que acompañó a los dos fugados cuando en 1967 y en 1973 Felipe visitó su tierra, y con Jacinto, revivieron su gesta. Les unía el pasado, pero sus mundos más tarde fueron divergentes.
Bajaron el monte Ezkaba hacia Orrio, se adentraron por la regata de Nagiz hasta el puente de Sorauren, donde Jacinto fue capturado en la fuga de 1938. Sin dilación cruzaron al valle de Esteribar hasta Ilurdotz, población que cita, y el caserío de Belzunegui, remontando las alturas que conducen al valle de Arriasgoiti. “[…] atravesábamos la carretera cuando era necesario, y con mucha precaución, cuando veías que ni a un sitio ni al otro había gente. Y nos metíamos otra vez en el monte”. En la noche del miércoles día 6 hubo luna casi plena y claridad suficiente para alejarse del fuerte. “Nos pilló la noche y estuvimos unas horas en un corral de ovejas. A la mañana siguiente otra vez a andar”, contaba Jacinto.
El paso por Irati no es el más corto, pero sí el que Felipe sentía como más seguro, por ser natural de casa Domine en Abaurrea Alta. El trazado atraviesa el valle de Arce: Uriz, Gorraiz y Azparren… Asterio añade otro punto intermedio, Tornuelako bidea, donde toparon con el joven Alejandro Arregi pastando las vacas, a quien Felipe conocía y sugirió: “vete a casa, antes de que se haga oscuro”, a la vez que se acomodaba a esperar el crepúsculo.
Estando la noche cerrada, unos característicos golpes suenan en la puerta de casa Zapatero. Luisa Arozarena, su propietaria, pensó y en voz alta dijo a Francisca Iriarte, con quien convivía: “Si no supiera que Felipe Celay está preso, diría que es él”.[2]
Mimaron sus pies lacerados, y les facilitaron calcetines y calzado, pues casa Zapatero complementaba la taberna con el comercio menudo. En duermevela, partieron de madrugada. Cuenta Gabino Lorea (n 1942) sobre Felipe, que esa mañana no pudo evitar arrojar piedras al paso de casa Kijo, en el camino a Abodi, como hacían de niños. Felipe no necesitaba guía. Abaurrea estaba más vinculado comercialmente con Saint Jean de Pie de Port, a 30 km por senderos en caballería, que con Pamplona, a 70. Comercio ordinario y de contrabando. Añade Asterio que Abodi era ruta habitual para Felipe, cuando antes de emigrar a Chile pasaba clandestinamente a visitar a su novia Gabriela Osta en Ochagavía. La cañada que sube a Abodi aterriza al otro lado, por Gibelea, en el río Irati y de ahí, por las bordas de Orión hasta Arpea, para descender a Esterenzubi. En la difusa línea de frontera, un pastor reparte su queso y llegaron a temer que las camisas azules de un grupo de la Resistencia con el que toparon, fuesen de falangistas.
No se les concedió respiro. Su llegada coincide con los preparativos de la invasión guerrillera que se organiza desde Toulouse, buscando el reconocimiento de los aliados, quienes habían desembarcado en Normandía en junio. En octubre regresan a España. El grueso de ellos por el valle de Arán, Felipe y Jacinto por el Pirineo navarro. Una vez fracasada la intentona y después de tantear un futuro en Francia, en una fábrica de alpargatas y en una serrería, para Felipe llegó la hora de acabar con tanto sobresalto. Se alejó del escenario y emigró a Chile, donde emprendió una nueva vida, en un negocio que se repite entre los emigrantes de la zona, la panadería. Falleció allí a finales del siglo XX.
Jacinto se mantuvo firme. Capturado, es encarcelado en noviembre de 1944. A lo largo de su vida penó un total de 27 años en distintas prisiones, donde mantuvo su militancia. Al salir, pocos en nueva generación de activistas en la Transición tenían conocimiento de su labrado historial. Cuando Marcelino Camacho, a la salida de la cárcel de Carabanchel, pronunció su “Ni nos domaron, ni nos doblaron, ni nos van a domesticar”, seguro que incluía en ese plural a Jacinto.
El artículo de Punto y Hora señalaba una última fuga, el 15 de mayo de 1945, de otros dos reclusos: José Moreno Romero, detenido en Berriosuso la misma noche con un esguince, y Manuel Vidal Fontanet, al día siguiente en Villafranca, después de tomar un tren.
[1] Archivo de Capitanía Militar de Navarra, sumario 1916-1938, f. 106.
[2] Boletín del valle de Aezkoa, 2011.