El triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936 llevó a la excarcelación de miles de reclusos, en buena parte, represaliados por el levantamiento revolucionario de octubre de 1934 en Asturias, las cuencas mineras o Cataluña. En el fuerte de Ezkaba, habilitado como centro penitenciario para acogerlos, la victoria electoral supuso la libertad de los presos y el vaciamiento del penal.

Entre el 22 de junio y el 13 de julio de 1936, el fuerte reinicia su actividad carcelaria para acoger una remesa de 210 presos comunes, trasladados desde otros centros, y que preceden a los que entrarán a consecuencia del golpe del 18 de julio.

¿Quiénes eran esos comunes?

La libertad de presos en febrero no había alcanzado a aquellos cuyos delitos –atracos a bancos, atentados, tenencia de armas…–, guardaban una vertiente política: presos libertarios de CNT. Al menos cuarenta y tres de ellos lo eran.

Exigieron su libertad mediante plantes y actos de resistencia en distintas prisiones, incluida la cárcel de mujeres de Madrid. En Alcalá de Henares, Juan Alzuaz es enviado el 11 de marzo a una celda de castigo por protagonizar junto a otros presos un plante a los talleres. Provocan un incendio en el penal de Cartagena el 17 de febrero; prenden fuego a los dormitorios en Valencia. En Burgos, dos días después del resultado electoral, la sublevación fue generalizada, reteniendo al director del penal. Así recogía La Vanguardia de 19 de febrero las declaraciones del jefe del gobierno, Portela Valladares, sobre los incidentes: “Estos reclusos quisieron forzar las puertas y salir a la calle, diciendo que ya estaba dada la amnistía y que era una vejación para ellos que se les retuviera en prisión [...] En estos momentos se procede a la aplicación de las sanciones a los cabecillas del plante”. El órgano de CNT, Solidaridad Obrera, exige prácticamente en solitario el indulto a estos encarcelados, así como la derogación de la Ley de Vagos y Maleantes, la cual, con el subterfugio de su peligrosidad social, mantenía en las cárceles a disidentes a la autoridad.

Rebeldes y familiarizados con intentos de escapada.[1] Así, Jacinto Curto lo prueba en Guadalajara (1930) y más tarde en Ocaña (1933); Alzuaz, Ibisate, García Albéniz y Arroyabe desde Vitoria (1934); Cervantes en Logroño (1935); Cruz en Santander (1935); Astruch en Valencia (1936). Otros lo consiguen, aunque son recapturados: Toledano y García Falcón desde el penal de Málaga (1934); Manzanares, de la cárcel de Colmenar Viejo (1934); e Inocencio Martín, junto a 8 presos más desde Larrinaga (Bilbao) en marzo de 1934.

La sanción gubernativa fue su traslado al duro penal de Ezkaba, que es reabierto antes de la asonada militar. Emiliano Serna, uno de ellos, añade luz a este periodo. Militante de CNT de Barakaldo, llega al fuerte en junio de 1936 desde el penal de Alcalá. Saldrá en el verano de 1937, para integrarse en las filas republicanas, y más tarde, pasar por los campos de confinamiento de Argelès y Gurs. En sus memorias, Un anarquista de salón, rememora: “Los incorregibles de diversos penales de España iban a tener allí su nueva residencia. Todos los revoltosos o molestos convergieron en el lugar más temido, en la prisión de más seguridad”.

Solidaridad Obrera de 30 de junio de 1936

Solidaridad Obrera de 30 de junio de 1936

Pocos días después de su ingreso, la sublevación militar lleva al fuerte a cientos de opositores políticos. “¡Ánimo, compañeros!”, alienta a los recién llegados desde una ventana Joaquín Saura. Lo pagó con su encierro en celda de castigo.

La voluntad de escapar recorría las celdas de estos incorregibles: “desde el primer día que entramos flotó en el aire la obsesión de la fuga”, decía Serna, quien remacha: La guerra no hizo desistir del proyecto de fuga, ahora con un tinte más político”.Esta fijación cristalizó en dos episodios en 1936.

Una fuga colectiva en julio de 1936

Las fuentes sobre este intento de fuga colectiva provienen de voces tan dispares como el anarquista Serna, recluso y testigo presencial, y del juez militar instructor del sumario que se abrió al respecto.

Tomás Mardones, expdte penitenciario

Tomás Mardones, expdte penitenciario

El principal protagonista de este primer intento fue un personaje de novela. Marcel Bret, alias Juan Astruch, nacido en Le Mans (Francia) en 1912, es detenido en Madrid en mayo de 1934 y condenado por robo y tenencia de armas. En el penal de San Miguel de los Reyes (Valencia), se vincula con presos de CNT/FAI e intenta fugarse el 17 de febrero de 1936, al calor de los tumultos provocados en demanda de la ansiada amnistía. Enviado al penal de Burgos, participa en nuevas protestas y es trasladado en junio, con otros 33 reclusos, al reabierto fuerte de S. Cristóbal.

El sumario 775/1936 desgrana la tentativa de fuga. El instructor establece que Astruch/Bret logra entrar a la enfermería, acompañado de diez o doce indeseables. En la madrugada del 27 de julio, días después del golpe militar, sierran los barrotes de un ventanuco anexo a la enfermería. Salen Astruch, Osoro y Valdivielso a reconocer el terreno para la fuga colectiva, mientras Cantero vigila. Regresan de la inspección y al reponer las piezas, uno de los barrotes se precipita al suelo y alarma al funcionario de servicio, Sacristán, quien encuentra y encañona a Astruch, que asume la autoría en solitario. Ante la agresiva actitud de los presos, el guardia busca el auxilio de otros funcionarios, momento en que Astruch decide fugarse en solitario, siendo capturado en Aizoain. El registro de la enfermería localiza tres navajas de afeitar, dos llaves inglesas de gran tamaño y una sierra, junto con las dos navajas incautadas a Astruch en el momento de su detención.

El 14 de octubre se toma declaración a los encartados, y el juicio se inicia en diciembre, pero Mardones, Osoro, Cantero, Valdivielso, Nache y Marmaneu, todos de CNT, no llegan, pues son ejecutados el 1 de noviembre. Estaban marcados: “es recluido en celda de corrección por sospechar haber colaborado en la fuga de Juan Astruch”, se anota en los expedientes de Valdivielso y Nache. En la vista, el fiscal pide la pena capital para Astruch y Moriones. La sentencia, una vez eliminados la mayoría de los implicados y la insistencia de Astruch de haber obrado en solitario, absuelve a Moriones y condena a Astruch a treinta años de reclusión.

Serna describe: “Una mañana me enteré que se había frustrado la fuga del “francés”. Abriendo puertas de sótanos, serrando un barrote y saltando al foso desde una ventana. La calle, mejor dicho, el recinto del Fuerte todavía, pero ya ha conseguido su propósito. Lo malo fue que se rompió una pierna y le capturaron”. Pero añade: “Fue una avanzadilla en misión de tanteo. Su intención era volver para dar los últimos toques a una gran fuga.”. “[…] Hubo hasta un juicio por intento de fuga. Del “francés” nada más se supo, por lo menos no lo vimos, y se pidió pena de muerte para Vicente Moriones. Todo terminó bien porque no había pruebas y casi ni delito”.

Para otros presos, desconocedores de los entresijos, quedó como una intentona individual. Jacinto Ochoa: “…El francés, que lo cogieron y debieron intervenir las autoridades francesas y lo repatriaron a Francia. Yo no lo vi; lo metieron a las celdas. La fuga había tenido lugar antes de noviembre, porque cuando subimos allí, él estaba en celdas por haber intentau fugarse […] le pillaron y lo dejaron ciego”.

El francés salvó la vida. El cónsul de Francia lo visita e intercede por su conciudadano. En agosto de 1937 pasó de la prisión provincial al fuerte, donde es encerrado en las celdas de castigo con carácter permanente. “…de ellos, tres meses, absolutamente desnudo” (Informe del SIPM, Burgos, 26 de mayo de 1938).

Las celdas de corrección añadían un plus de inhumanidad a las condiciones de vida en el fuerte. Dos habitáculos ciegos, de 35 m2, sin mobiliario ni servicio higiénico donde, sin retórica, se apretujaban los reclusos infractores. La Junta de Disciplina de 20 julio 1937, con motivo de la celebración del II Año Triunfal, cancela este encierro a 17 presos con faltas leves. Más ajustado resulta pensar en la dificultad de mantener ese gentío en tan reducido espacio. Entre ellos salen Vicente Moriones, partícipe en la fallida fuga de 27 de julio de 1936, y Rafael Pérez, Emilio Ibisate y Marcelino Echeandía, que reaparecerán como organizadores de la evasión de mayo de 1938.

Astruch recibía las visitas del capellán J.M. Pascual, quien lo cita en sus memorias. Su deterioro físico, aquejado de una aguda lesión pulmonar y pérdida de visión por la oscuridad de su celda, lleva a su traslado a la enfermería en febrero de 1939, y el 3 de marzo a la cárcel de Ondarreta (San Sebastián). Es excarcelado el 8 de marzo, pero su libertad no obedeció a razones humanitarias, sino diplomáticas. Días antes, Francia había reconocido al gobierno de Franco y en su ficha penitenciaria figura que fue canjeado con la intervención del marqués de Rialp, diplomático franquista.

La tentativa de octubre

Los expedientes penitenciarios de Tomás Mardones, Ángel Santamaría, Félix Manzanares, Antonio Marmaneu, Félix Manzanares… anotan que el 29 de octubre de 1936 son conducidos a celda de castigo por tentativa de evasión. A los cuatro días, 1 de noviembre, hay una nueva anotación: al intentar fugarse, son muertos por el personal que los custodiaba.

Ese día de Difuntos dan sepultura en el cementerio de Berriozar a un total de veintiún reclusos, fallecidos por la misma causa. En marzo de 2022 la Sociedad Aranzadi exhuma sus restos, rociados de casquillos de bala, si bien su identificación quedará determinada por su ADN.

El día 16 de noviembre, el director Rojas escribe: “He dispuesto que los penados José Mª Inchaurreta, José Benedé, Jorge López de Vicuña y Enrique Toledano sean recluidos en celda de corrección por preparar una fuga y asesinato de Funcionarios de Prisiones”. Al día siguiente, les dan muerte “cuando intentaban fugarse” y son enterrados en Artica.

La burda versión oficial, una fría planificación de los asesinatos, quedó bajo sospecha. Sus compañeros eran sabedores de que su muerte no fue accidental:

Jacinto Ochoa, entrevistado por Jimeno Jurío en 1978: después del movimiento, las sacas eran de políticos, pero sobre esos comunes que había en S. Cristóbal, también metieron mano. Seleccionaron unos cuantos y los mataron. Pero no hubo intento de fuga. En la relación de muertos ese día –1 de noviembre 1936– hay una serie de hombres que hicieron atracos, eran anarquistas, entre ellos Benedé […] los sacaron, los fusilaron, y se acabó”.

Vicente Moriones se encontraba en una de las celdas de corrección, de la que salió en julio de 1937. Allí fue testigo de esta saca, como prosigue Jacinto Ochoa: “Ese Moriones (de Sangüesa), me contó que, estando en CELDAS –las celdas están en el mismo túnel; celdas de castigo–, oyó a unos que los sacaban: ¡Qué he hecho yo! ¡Qué he hecho yo pa que hagáis esto conmigo! ¡Por qué! Gritando y chillando. El otro acojonau, oyendo la escena que ocurría en el túnel porque los iban a matar; por lo visto había alguno conocido”.

Jovino Fernández, cenetista y fugado exitoso: “Entre los presos predominaba el elemento republicano y socialista. Confederales llegaban pocos al penal. A los anarquistas los liquidan sin más trámites. De cuando en cuando se organizaba una provocación. Se decía que había sido descubierta una tentativa de fuga o cualquier otra cosa. Entonces se diezmaba el censo de los presos, cuidadosamente elegidos antes. [2]

Serna se duele: “Vi de cerca la salida de Gildo, el primero que nombraron. También la de mi amigo Falcón, “el alemán”. No sabíamos de ellos. Al fin se corroboró nuestro temor. Cayeron asesinados. El día de los difuntos mataron a los inocentes. Se explica que mis amigos cayeran por sus ideas y la sociedad los olvidará completamente por ser gente del hampa”.

José Martínez Lozano, recluso que participa en la fuga de 1938, y con afán exculpatorio, declara: “… el declarante había denunciado a unos compinches del Quemao que habían tratado en Noviembre de 1936 una fuga y rebelión parecida a la de autos, que el declarante lo participó a D. Antonio Cabanillas, funcionario del Economato.

Lucas Monleón, recluso, indica: “Al ingresar lo alojaron en la 1ª Brigada, en la que se halla lo peor del penal, todos de delitos comunes y al mes, puedo observar preparativos entre dichos presos para fugarse”. Así lo recoge el instructor: “pocos meses después del Alzamiento Nacional dio la confidencia a los funcionarios de que los penados recluidos en la 1.ª Brigada[3]entre los que se encontraba por su calidad de sentenciado, ya que las demás dependencias las ocupaban los detenidos por la Autoridad Militar, trataban de verificar una fuga con atraco. Gracias a la confidencia se evitó ésta, encontrándose las ganzúas que para abrir las cancelas tenían construidas”.[4]

Luis Gil, funcionario de prisiones, apunta: “con motivo de un intento de fuga tramada por los presos comunes, al principio del Movimiento, Morán fue uno de los que por medio de sus confidencias se pudo saber el complot que tenían tramado, evitándose la fuga”.[5] Morán era un preso falangista, condenado en León en 1932 por asesinato de un encargado suyo de UGT.

Manuel Muñoz, exadministrador, cita: “[…] haberse producido en los últimos días de julio de 1936 una fuga en la cual solo pudo evadirse un individuo. Posteriormente, en octubre del mismo año, volvió a reproducirse el intento, pero ya, con caracteres de gran extensión, puesto que se trataba de todos los reclusos de la primera Brigada. Esta continuidad era indudable, a su juicio, por la pérdida de la esperanza de todos los incorregibles a salir de allí por la prolongación de la Guerra”.[6]

La llegada de nuevos detenidos –en el verano de 1937 se duplica la población reclusa–, conllevó cambios en la distribución del penal. Se habilita la insalubre galería subterránea donde se encuentran los aljibes de agua que aseguraban el abastecimiento a la fortaleza, constituida como 1.ª Brigada, y los comunes, ubicados en los bajos del edificio de Pabellones, pasan a ser identificados como de la Brigada de Patio.

La conjunción de relatos dibuja una segunda tentativa colectiva de fuga, que, frustrada por la delación de otros presos, tendrá funestas consecuencias. Dice Serna sobre las intentonas: “Ese deseo quijotesco, quizá suicida o ingenuo, rompió el débil valladar que opuso el director de la penitenciaria para que no asesinaran a ningún recluso”.

El estigma de ser incorregibles, su insumisión al sistema carcelario, con dos intentos en julio y octubre, abrió las puertas al exterminio de estos embridados rebeldes. En noviembre se hacen dos sacas de estos comunes. En la enfebrecida barbarie de esos meses, quedó como un capítulo poco aventado.

Entre los 25 ejecutados, al menos 17 eran anarcosindicalistas. Los citados Gildo Marquina, Manuel Hidalgo (Falcón), Epifanio Osoro, Antonio Valdivieso, José M. Garrido, José Benedé, José Cantero, Antonio Marmaneu, José Creach, Enrique Toledano, Tomás Nache, Joaquín Abellán, Juan Cruz, Jacinto Curto, Jorge López de Vicuña, Tomás Mardones y Ángel Santamaría. Los tres últimos, del círculo de Isaac Puente, dirigente de CNT y FAI, y médico de Maeztu (Álava).

El resto de los ejecutados: Ignacio Caneda, Juan Corts, Manuel González, Félix Manzanares, Inocencio Martín, Dionisio Ortiz, Bernabé Rodríguez y Joaquín Saura.

Un infortunado pianista

José María Garrido Ichaundarrieta, de Etxabarri, pianista, ingresó en el fuerte en junio de 1936 para terminar una pena de seis meses impuesta en Bilbao. Sale en libertad a los pocos días, el 16 de julio. Conociendo que se organiza desde Bizkaia una visita a presos anarquistas, decide esperar hasta el fin de semana en Pamplona para regresar a casa juntos. Con el golpe del sábado 18 de julio, el grupo queda atrapado en la ciudad alzada. Son detenidos y conducidos a la prisión provincial. De ahí, Garrido reingresa en el fuerte. Es uno de los ejecutados el 17 de noviembre.

Recapitulando la suerte del colectivo anarquista del fuerte: marginados por el orden institucional en la amnistía de febrero, unos son masacrados en noviembre de 1936; otros cumplían condena, pero eran escépticos acerca de las intenciones de sus carceleros de permitir su libertad, por lo que tendrán una decisiva participación en la fuga de mayo de 1938. Se adentrarán en la oscura noche y protagonizarán lo que para muchos es su última escapada.

Trabajadores, 19 de octubre de 1935

Trabajadores, 19 de octubre de 1935


[1] Expedientes penitenciarios (Dirección General de Instituciones Penitenciarias, M.º de Interior).

[2] Solidaridad Obrera, 16-6-1938.

[3] La llegada de nuevos detenidos –en el verano de 1937 se duplica la población reclusa–, conllevó cambios en la distribución del penal y los comunes, los incorregibles, ubicados en los bajos del edificio de Pabellones, pasan a ser identificados como de la Brigada de Patio.

[4] Archivo de Capitanía Militar de Navarra – AGHD. Información para la concesión de indultos…, legajo 48-2576, f 149 y 163v.

[5] Archivo de Capitanía Militar de Navarra – AGHD, sumario 1917-1938, f. 306v.

[6] Archivo R. y General de Navarra, sumario 1915-1938, f. 189v.