La versión oficial justificó la mortandad de los fugados “en su resistencia a ser capturados; por desobedecer las intimidaciones de la fuerza pública o hacer armas contra ella”. Esta tesis encontró quien la escribiese en el general Salas Larrazábal, que en su texto sobre los fusilados de Navarra dedica un capítulo a esta fuga.
El general no dedica una palabra a la desesperación causada por el hambre y las muertes por tuberculosis, que llevó a la mayoría a sumarse a la intentona. Opta por la fatalidad de los hechos, cuestiona su temeridad y, equidistante, hace notar que los muertos lo fueron por ambos bandos, producto de los combates entablados durante su busca y captura.
La primera duda sobre la veracidad de su tesis reside en la cifra de fallecidos entre los perseguidores, que amplía arbitrariamente conforme avanza su texto.[1] Partiendo de ese desvaído balance, nos ceñiremos a la fuente reconocida como válida por el general, el Registro Civil, dado que, a su juicio, todos los muertos quedaron inscritos.
De las víctimas entre los perseguidores, tan solo hay dos sobre las que da detalle. La primera figura inscrita en el Registro Civil de Esteribar: Isidro López García, carabinero de Soria, fallecido en Eugi el 28 de mayo. Lo cierto es que Isidro fue condenado a 30 años de reclusión que cumplía en el fuerte por su lealtad a la República, y es uno de los 206 fugados muertos.
En el otro caso, en su afán de sumar caídos del bando perseguidor, convergen dos imprecisos datos: un soldado muerto en Agorreta el 25 de mayo y uno de los civiles muertos, natural del valle de Elorz. Ambos coinciden en una sola víctima: Vicente San Martín Urroz.
¿Qué hay de cierto sobre tan disputado fallecido?
Aunque Vicente residía en Pamplona, nació en el valle de Elorz en 1915. Condenado con 21 años en Consejo de Guerra a reclusión perpetua, no solo fue fugado, sino organizador. Fusilado en Agalde (Saigots), fue inscrito como fallecido en Agorreta el 25 de mayo.
Vicente, como el carabinero Isidro López, es presentado como asesinado por los fugados. Los vencedores no solo les quitan la vida. También pretenden suplantar sus ideales.
El general tampoco pudo encontrar apoyo entre los suyos. Los responsables de la persecución, desde el gobernador militar de Navarra al jefe del batallón 331; desde el jefe de Carabineros de Navarra al de la Guardia Civil, informan de esporádicos cruces de disparos por los fugados, pero a excepción del centinela muerto, que citan, añaden: “sin bajas por nuestra parte”.
No solo en estos informes. En los sumarios, se recoge profusamente la muerte del centinela, que sirve de acusación colectiva para el fusilamiento en agosto de catorce dirigentes capturados, pero ninguna otra baja.
El Fondo Lizarza, sobre la participación carlista en la Cruzada, incorpora la relación de soldados muertos en el Tercio Roncesvalles-Fronteras, responsable de la vigilancia de la zona y que intervino en el dispositivo de persecución. Ninguno coincide, ni en nombres ni fechas, con los datos del general Salas.
La única baja constatada, por tanto, es la del centinela que intentó dar la alarma. Fuente tan autorizada como los catorce condenados y en la noche previa a su ejecución, proclamaron que la intención era evitar toda muerte y que el soldado fue fatalmente golpeado al poner en peligro el éxito de la revuelta. Las declaraciones en el sumario 1915/38 de los nueve Hermanos de la Paz y Caridad; la del alférez Jacobo Sales, al mando de la prisión provincial esa noche; la del alférez Gabino Eguizabal y la del médico Joaquín Ariz, quienes compartieron esa última noche con los condenados, lo confirman: “tuvieron a todos los guardianes a su disposición, incluido el jefe del destacamento, y no fueron maltratados”. “Su intención era la de no derramar ni una sola gota de sangre”,[2] les aseguró Calixto Carbonero. Por su parte, el jefe de la guarnición, en su declaración sumarial dice: “[…] en esta discusión terciaron otros hombres armados proponiendo que nada de sangre, que él era prisionero y se lo llevaron”.[3]
La refutación de las tesis del general no es novedad. Ya fue llevada a cabo por Jimeno Jurío hace décadas. Ahora queda particularizada en el capítulo de la fuga.
La realidad de los hechos quedó como una versión proscrita.
Hubo disparos puntuales por parte de algunos de los fugados –solo uno de cada diez pudo ir armado–, gentes resueltas y que defendían su vida en la huida. Pero frente a la versión de enfrentamiento entre dos grupos combatientes, se levanta otra más consistente, y es que hubo víctimas y victimarios. Una encarnizada persecución contra quienes habían ridiculizado a los militares:
- El documentación del consulado republicano en Hendaya recoge testimonios de soldados que participaron en la persecución y que, a lo largo del verano de 1938, desertan, cruzan la frontera y acuden allí a prestar declaración. Informan sobre el despliegue de tropas y cómo vivieron las órdenes de disparar recibidas, que hacen concluir al cónsul, Antonio Múgica, en informe de 3 de junio: “existe pesimismo en cuanto a los fugitivos, existiendo órdenes entre la fuerza rebelde de no conceder cuartel”.[4]
- La embajada británica informa a su ministro Halifax el 4 de junio: “muchos de los prisioneros capturados vivos fueron fusilados sin más trámite”.[5]
[1] Ver anexo: Víctimas entre los perseguidores, según Salas Larrazábal.
[2] Archivo R. y General de Navarra, Sumario 1915-38, tomo II. f. 191-192.
[3] Archivo de Capitanía Militar de Navarra, sumario 1633-38, f. 4v.
[4] Archivo General de la Administración, cajas RE 46-48 y 55.
[5] The National Archives, FO 371 22625: “I am informed that many of the prisoners recaptured alive were shot out of hand”.