La guarnición

El jefe del destacamento militar, el alférez Manuel Cabezas, había tomado el mando de la guarnición en abril de 1938. El amotinamiento le sorprende en Pamplona, adonde había ido a pasar la tarde de domingo. El fiscal determina que “se ausentaba con frecuencia, pero que, al no tener trascendencia, –sus faltas–, han permanecido en la impunidad”. Cuando su coche se aproxima al fuerte ese atardecer, se ve rodeado de los amotinados, que lo hacen prisionero y lo llevan consigo, hasta que logra escabullirse.

El contingente había estado compuesto por requetés y falangistas hasta abril de 1938, cuando fue sustituido por soldados de reemplazo pertenecientes al batallón 331 de fronteras, del regimiento Sicilia n.º 8, guarnición de Pamplona, como declara el gobernador militar, C. García Conde: “este servicio desde el principio del Movimiento se ordenó fuera dado por Milicias; a mediados de abril de este año supo por confidencias que los individuos de la Milicia que componían la Guardia tenían alguna familiaridad con los presos, y esa fue la razón por la que diese orden de que la Guardia fuese dada por Fuerzas del Ejército”.[1]

La confidencia procedía del gobernador civil de Navarra, quien le escribe el 13 de abril: “La custodia de la cárcel del Fuerte de San Cristóbal, ejercida por Falangistas, muchos de ellos de malos antecedentes, y su prolongada permanencia en el puesto hacen presumir amistades entre los guardias y los guardados”.[2] Su secretario, Rafael de Borja, en el sumario 1915-38, es más explícito: [El director del penal] “había comprobado la existencia de relaciones íntimas entre el elemento de la guardia exterior formada por Falangistas y los reclusos al punto de que había sorprendido a algunos de estos en actos de homo-sexualismo”. El relevo se hizo el 18 de abril.

Esas relaciones existían en el penal, al margen del sesgo con el que se recogen en los sumarios, prejuicios compartidos por parte de los reclusos. El expediente de Román Gómez recoge que, en el penal de Chinchilla desde donde llega, estuvo en una celda de corrección por hacer proposiciones inmorales a otro penado. Entre los señalados, Álvaro Retana, artista de profesión, en sus facetas de escritor, periodista y modisto. Es encarcelado por su orientación sexual –oficialmente por auxilio a la rebelión–. Partícipe en la estética del “decadentismo” contra la España mojigata, el novelista J. Belda resumía: “No embarcó en sus naves de autor a ningún pasajero que no estuviera adornado por lo menos con un pecado, mortal de necesidad”.

La censura de estos contactos resultó letal. El expediente penitenciario del preso J.P. Cantero inscribe el 27 de septiembre de 1936 su destitución como ordenanza de Brigadas por inmoral, al proponer actos deshonestos a otros reclusos, y su reclusión en celda de castigo hasta que la Junta de Disciplina resuelva lo procedente. Saldrá de la celda el 1 de noviembre para ser ejecutado. El expediente añadía, además, que se dejó notar en un intento de fuga anterior.

La guarnición la cubrían 83 soldados de reemplazo, 5 cabos, 3 sargentos y un oficial (se incrementaría en 37 soldados a consecuencia de la fuga, a partir del 30 de mayo, al ordenarse centinelas dobles por cada garita).[3] Muchos de los soldados eran jóvenes de ideas de izquierda, a quienes las circunstancias los llevaron a prestar servicio en el bando franquista, como lo eran A. Abadía, el centinela fallecido en el motín, y su amigo F. Rodríguez, ambos de Lerín (Navarra). El sumario investiga a otro centinela, Pablo Santesteban, de Sorauren, “anteriormente encarcelado por cobijar en su casa a personas de izquierda”. Otro soldado del mismo batallón, Lorenzo Errea Larralde, fue objeto de consejo de guerra y encarcelado en la prisión provincial en febrero de 1938 por “desafecto al Movimiento”. La sospecha de colaboración se extiende también a los funcionarios de prisiones, como Manuel Campos, “visitado por personas de antecedentes poco gratos a Nuestra Santa Causa”. De los casos conocidos, ninguno como el del centinela Santos Vallés.

El guardián del fuerte que salvó tres veces la vida

Muchos de los centinelas eran jóvenes de izquierda, atrapados por la situación. Uno de ellos, Santos Vallés. Se había significado entre quienes solicitaban el reparto del común en su pueblo, Murillo el Fruto. Por ello, con el alzamiento militar, fue detenido y montado en un camión para ser fusilado. Uno de sus captores se apiadó de sus convecinos, Santos y Miguel Esparza, y los hizo saltar del camión. Ante el temor de ser ejecutado a su regreso, se alista en el bando franquista y es enviado a Zaragoza. En el verano de 1936 hubo una leva para cientos de navarros, encuadrados en el Tercio de Sanjurjo de Zaragoza, con el fin de frenar el avance republicano que amenazaba esa ciudad desde Barcelona. Ante las dudas sobre su lealtad, por ser de izquierdas, muchos de ellos fueron ejecutados. Santos también se libró de ello. Recaló de soldado en el fuerte. Allí, un compañero, Alejandro Abadía, le solicitó un cambio de guardia, de modo que su sustituto hizo el turno en el que se produjo la revuelta, siendo el único centinela que fue muerto por los amotinados.

En la instrucción judicial, los soldados declaran reiteradamente que los sublevados les invitaban a sumarse a la sublevación. Los amotinados, sabedores de su reclutamiento forzoso, buscaban atraerlos a su causa. Hubo dos miembros de la guarnición, Florencio Luca y José Frigola, que abandonaron sus puestos, regresaron el martes 24 y alegaron haber permanecido escondidos a causa del tumulto, lo que no les libró del calabozo. Un informe del SIPM, Servicio de Información y Policía Militar, de 26 de mayo, pide investigar los antecedentes de los soldados que marcharon con los evadidos.

 


[1] Archivo R. y General de Navarra, caja 120 967, sumario 1915-38, f. 117v.

[2] Archivo Intermedio Militar Pirenaico, caja 10700.

[3] Archivo Intermedio Militar Pirenaico (Barcelona), cajas 10 698-10 071.

 

Patio principal en el interior del fuerte (AGN)
Patio principal en el interior del fuerte (AGN)