Una extendida creencia refiere que la fuga fue una trampa, por cuanto que les dejaron salir: “Yo, para mí, que he vivido la vida en el fuerte, la fuga fue provocada. Para mí fue la gran purga”, estimaba en 1978 Leandro Hualde, antiguo preso.[1] “Siempre se ha dicho que abrieron la puerta y los dejaron escapar para poder fusilarlos”, aseguraba en una entrevista un vecino de Lantz.[2]

Su propagación obedece a que, en 1936-37, presos a quienes supuestamente se concedía la libertad, eran esperados a la puerta por quienes serían sus ejecutores; en otras ocasiones, con la cobertura de la Ley de Fugas, eran muertos cuando intentaban la evasión. La memoria popular quedó impregnada de esas evasiones consentidas, que, a falta de otras fuentes, se aplicó a este caso. Pero la evasión de mayo de 1938 no fue consentida o preparada por los carceleros. Algunos argumentos lo apoyan:

  • Los sumarios muestran el desconcierto de los militares: se toma declaración a los fugados capturados para conocer cómo se gestaron los preparativos y sus promotores; buscan determinar las complicidades exteriores, para lo que se revisan las visitas recibidas por los presos, practicando detenciones de aquellas mujeres que pudieron ayudarlos; se indaga sobre los vehículos que se dirigieron hacia la frontera y se solicitan informes para precisar sus apoyos en el sudoeste francés.

Estos movimientos fueron monitorizados por la comisaría francesa de Hendaya, que en una circular de 23 de junio de 1938 informa del reforzamiento de la vigilancia fronteriza del lado español “con el fin de evitar que algunos de los rebeldes pudieran cruzar a Francia; las autoridades españolas han inspeccionado casas en la búsqueda de armas que los conjurados podían almacenar, aunque esta operación ha sido infructuosa.[3]

  • Los responsables del penal fueron encausados y encarcelados por su actitud negligente en la custodia de los presos, y el gobernador militar de Navarra, destituido.
  • La atención a la que quedaron obligados para su captura y el riesgo que suponía que 2500 presos formaran una quinta columna entre los montes de Navarra y la frontera. Si la pretensión hubiera sido reducir la población penal, podían haberlo llevado a cabo con similar impunidad a las ejecuciones de detenidos en 1936, evitando la amenaza que suponía la masiva evasión en su retaguardia.

Ni la fuga fue consentida, ni la entrega de los fugitivos fue voluntaria, a excepción de los indecisos que merodeaban por el exterior del fuerte cuando suben las tropas. Acorde a ese rechazo al lento morir del fuerte, resulta el caso de Mariano Herranz, miliciano madrileño de 20 años, cojo por herida de guerra, “yendo por faltarle la pierna a rastras por no poder hacer uso de las muletas y se entregó el lunes”. El regreso a las duras condiciones carcelarias fue forzoso, aunque trataran de minimizar su proceder por temor a las represalias:

  • Porfirio Fernández: “salió obligado y en cuanto han visto fuerzas del Ejército se han presentado”.  Era el día 28.  Seis días sin ver un alma.
  • Julián Ortega, explica que “trató de presentarse el lunes, pero que su mala vista se lo impidió”. Capturado el 25 de mayo.
  • Cándido Ramos sostiene que “como empezaron a tirar tiros se asustó y ha estado escondido entre el trigo”. El temor le duró hasta el 3 de junio.
  • Amador Rodríguez, capturado el 14 de agosto, declara que “tenía intención de entregarse el mismo día, pero como oyó tanto tiro, se escondió debajo de unas piedras”.

Los militares no ofrecen mucho crédito a estas explicaciones. El responsable de dar entrada a los capturados, el funcionario Sacristán, confirma: “se ha sacado la conclusión que ninguno de los fugados se presentó voluntariamente, pues todos fueron entregados por la fuerza pública”.

Los fugados no facilitaron su labor y dieron nombres falsos, incluso ya entre rejas. En el sumario 1916, el instructor anota sobre Alejandro Redondo: “ha manifestado al ingresar en prisión llamarse Antonio López, cuyo nombre no está entre los evadidos”. Lo mismo sucede con Antonio Escudero, quien afirma que salió con Fernando Palomino, anotando el instructor que es falso, por no existir preso con ese nombre en el penal.

 


[1] Jose M.ª Jimeno Jurío, El fuerte de San Cristóbal/ Ezkaba…, p. 170.

[2] Diario de Noticias, 13-3-2012.

[3] Archive Departamentale des Pyrénées-Atlantiques (Pau, Francia).