Responder al interrogante de por qué nadie en el pueblo echó en falta a ese represaliado que termina en el fuerte o a su familia lleva a pensar en una familia forastera, pero con alguna relación con Azagra. “El mundo es ancho y ajeno”, decía Ciro Alegría. Lo era para esos riojanos que un día cruzaron el Ebro para trabajar de braceros o pastores en Azagra y otros pueblos de la Ribera navarra.
En el ominoso listado de represaliados, Rufina Pérez, la Seronera, y su marido Cándido Pascual, presentan rasgos de la familia buscada. En primer lugar, la familia era forastera. Rufina (Autol, 1897) y Cándido (Quel, 1896) eran riojanos, de poblaciones cercanas a Azagra, donde se asientan en 1923.
En 1925 Cándido llega con un niño procedente de la Beneficencia de Logroño, Lope Haro. Queda inscrito como Lope Pascual Rada. En 1933 María se une a la familia. Era hija de Casimiro, hermano de Cándido. Al morir la madre, Casimiro no puede hacerse cargo de su numerosa prole y la niña queda con ellos.
Lope y Cándido figuran como pastores, como pastor de cabras era Casimiro en Quel, y antes el abuelo Genaro. Rufina teje serones, las alforjas de esparto de las caballerías. En Azagra, destacado por su organización obrera, Rufina y Cándido están integrados. Actúan como testigos en la primera boda civil, en 1932, entre Adoración Iñigo y Santiago Pascual. Rufina está afiliada a UGT; Cándido ocupa cargos y combina su trabajo con la corresponsalía de Trabajadores, de UGT.
A partir del golpe de julio, Cándido fue objetivo codiciado. Buscaban a quien propagaba entre los jornaleros el reparto de tierras. Ideas ajenas divulgadas por un forastero. El párroco Beguiristain acaudilló la erradicación física de quienes alentaban las ceremonias laicas al margen del monopolio parroquial. N-1936 recoge sus palabras, pensadas para Cándido, su adversario desde la prensa socialista: “A los escapados, estén donde estén, los hemos de encontrar para hacer justicia”. A Rufina, en agosto, “la fusilaron los matones hartos de buscar a su marido que se hallaba escondido y la mataron en Pradejón, dejándola junto a otros”.
Cándido quedó como desaparecido, pero su paradero se desvela en La Rioja 1936.[1] Desde los regadíos escapó a Quel. Se refugió en casa de sus padres. Fue uno de los topos que generó una guerra de exterminio. Conocía su destino si asomaba. Falleció en 1945, con 49 años.
Llegados de fuera, nadie echó en falta a la familia. N-1936 recoge fotografías de 47 de los fusilados de Azagra, un esfuerzo extraordinario. Ninguna de Rufina o Cándido. Su arraigo estaba entre sus compañeros. Su amigo Santiago Pascual, fusilado. Julio Martínez, padre del niño que Rufina inscribe en su nacimiento, fusilado. Francisco Castro, herrero y alcalde, fusilado. Andrés Zudaire, preso en el fuerte y fusilado en Urtasun. Nadie parecía llorarlos. Más correcto resulta decir que nadie pudo llorarlos.
Sus hijos adoptivos quedan en el desamparo, pero la abuela María Rada los recoge. Conviven, sin saberlo, en la casa de Quel, con su padre adoptivo escondido en el desván. Solo cuando fallece, tomará conciencia María del significado del plato de comida que la abuela subía todos los días al piso superior.
Lope figuró en 1940 en el padrón como desaparecido. Su descripción es acorde a muchos rasgos dados por las personas que estuvieron con el fugado en 1997 en Iragi; pero Lope falleció prematuramente con 21 años en Quel. Se descarta que sea el buscado fugado, pero había quedado en el olvido. Muestra una víctima que quedó desdibujada y que la crónica sobre los represaliados de ese pueblo tiene lagunas.
El párroco Santos Beguiristain
Llegado a Azagra en 1932, con 24 años, permaneció hasta 1938. En un pueblo pionero en contar con Casa del Pueblo, y donde proliferaban las ceremonias laicas, adoptó una actitud abiertamente beligerante, que culminó con su activa participación en la represión de 1936.
Con el paso del tiempo, tomó distancias con un pasado que enturbiaba su reputación. En 1955 lo hace por medio de otro sacerdote, ante quien se presenta como un defensor de los represaliados, aún a riesgo propio: “En Azagra había a principios de septiembre un centenar de presos, por los que intercedió el párroco Santos Beguiristain ante la Junta de Guerra de Pamplona y ante el capitán de la Guardia Civil en Tudela, presentado como responsable de los fusilamientos en la zona, quien amenazó con detenerlo, que se amagó a su regreso a su pueblo por el cabo de dicho cuerpo. Finalmente, resolvieron dejarle y respetar a los presos”.[2]
Basilio Cerdán, hijo del fusilado alcalde: “Don Santos fue envenenando a la gente… Se portó muy mal. A muchos de estos no los mataron porque fue de la última tanda, que estaban para matar a cuarenta; había algunos que tenían las mujeres de derechas, y estas fueron las que intervinieron con don Santos. Pero el que le obligó a don Santos fue el Capitán de Tudela, que lo hizo responsable. Yo se lo he oído muchas veces a mi suegro, que estaba en la cárcel. Le dijo el capitán: “Usted es responsable si falta alguno de esos”. Porque habían bajáu a quejarse, porque estaban ahí los Celedonios, los ricos, los Manzanos. El capitán de la Guardia Civil le hizo responsable a don Santos de lo que pasaría con ese grupo de los cuarenta que tenían en la cárcel. Entonces, al hacerlo responsable, ya no se mataron más”.[3]
Mas adelante, en entrevista de prensa (Navarra Hoy, 17-4-1983), Beguiristain se defendía: “En Azagra, allí me tocó pasar la guerra, atendiendo heridos, auxiliando moribundos, intentando poner un poco de orden en todo aquello, si es que se podía poner”.[4] Intercediendo por los detenidos, cuidando enfermos… ¿Mantuvo esa compasiva actitud durante la guerra o borraba su huella?
En Azagra, el 7 de septiembre de 1936, sacaron de la cárcel local y fusilaron a 21 vecinos. La orden de su detención no provenía de Tudela; había sido dada por Santiago Bella,[5] dirigente local de los alzados. Esa misma tarde, la procesión de la patrona fue encabezada por el párroco Beguiristain y la presencia de los fusiladores.[6]
El día 9 de septiembre, Beguiristain vuelve al frente guipuzcoano, donde ya había estado en agosto, para arengar a sus feligreses en su arremetida contra Andoain y Oiartzun, visitas que le ocasionan “un bullicioso regocijo, una borrachera de emociones”.[7]Para esa fecha habían sido fusilados 64 azagreses, que Beguiristain iba anotando: “Han muerto al peso de la justicia en los primeros días del movimiento nacional, salvador de España, mis feligreses:
El Salustiano, quien abre la lista, copresidente de la Junta municipal en 1931, era jornalero, como sus hijos Basilio, Máximo, Pablo y Delfín, también asesinados. De modo contrario, acompaña las inscripciones de los caídos en el frente en el bando nacional con añadidos como: “Conste aquí entre los héroes de nuestra Cruzada” (Libro de difuntos, f. 137v).
En el cuadernillo donde estampa su firma, lista los actos civiles (nacimientos, matrimonios y fallecimientos) habidos en el periodo republicano y su adecuación. Lleva a cabo 72 bautizos, en los que sustituye nombres como Libertad o Progreso. De los matrimonios civiles, anota que no pueden convalidarse los de Santiago Pascual y Emilio Muro por haber fallecido: sin eufemismos, habían sido fusilados.
Cuando en 1950 el ayuntamiento de Azagra lo nombra hijo adoptivo, su recuerdo único es para los jóvenes muertos en la Cruzada (Diario de Navarra, 26-9-1950). El primer ayuntamiento democrático, en 1979, mediante un significativo acuerdo, anuló ese nombramiento, otorgado en la dictadura, y retiró la placa dedicada a su recuerdo en el frontón local. Más tarde fue un dolido grupo de familiares de fusilados quienes le recordaron su papel en aquellos luctuosos hechos (Navarra Hoy, 24-4-1983). En 1987 el párroco J. García Zabalza procedió a una nueva inscripción de los fusilados, que se abría con esta nota: “Esta parroquia pide perdón por las actuaciones de la iglesia y sus sacerdotes en aquellos momentos, reconoce su culpa y se compromete a hacer la reconciliación”.
[1] También en J. Jurío, La represión…, Tomo III, p. 354: ““El hombre vivió escondido y cuando terminó la guerra se murió. Eran muy pobres; su madre no podía darle de comer al hombre, por no descubrirlo, enfermó y se murió, después de terminar la guerra”.
[2] Juan de Iturralde, El catolicismo y la cruzada de Franco, p. 383, recogido por Jimeno Jurío La represión…Tomo I, p 241.
[3] José M.ª Jimeno Jurío. La represión …. Tomo III, p. 361-366.
[4] Navarra Hoy, 17 de abril de 1983.
[5] Archivo municipal de Azagra, caja 39. Como comandante militar de Azagra, ordena a la Guardia Civil el 13 de agosto, la detención de Clemente Medina, Pelayo Urío, Esteban Amatria, Miguel León, Jonás Pérez, Isidoro Zudaire, Felipe Zudaire, Enrique Moreno, J. M.ª Navarro, Emiliano León Terés, Cirilo Luri Uribe y Miguel Martínez Sobejano. Se solicita al alcalde facilite indivíduos armados para efectuar la detención. Todos son fusilados en septiembre.
[6] Navarra 1936, de la esperanza…p. 141.
[7] Diario de Navarra, 30 de agosto de 1936 y 10 de septiembre de 1936.