Emilio Linzoain

2011

El relato se desarrolló en tres entrevistas en Muskitz (valle de Imotz), donde ejerció de párroco durante 60 años, si bien entre semana residía en la Colegiata de Roncesvalles, de la que fue archivero. Persona que mantenía su mente despierta, puntualizaba fechas con aguda precisión, del mismo modo que repasaba las anotaciones de letra minúscula sin necesidad de lentes.

Nacido en la borda Arago, tenía doce años entonces. Recuerda a tres detenidos en el suelo, un día muy caluroso, frente al cuartel de Carabineros de Eugi, a quienes se llevaron a Urtasun a confesar y a continuación ejecutaron; también a su madre, encendida, diciendo: si tienen culpa, que los encarcelen, pero no que los maten”.

Como niños, mostraban curiosidad a los acontecimientos de aquellos días, que quedaron grabados en su memoria. Sobre el fusilado en Iroxo, tiene duda de si los armados que salieron del cuartel con el preso eran dos o tres, pero uno de ellos era un militar de graduación. Lo diferencia de otro teniente carlista –con sus tres flores de lis– que se negó a intervenir, según conversación que escuchaban. El preso iba maniatado y vestía de buzo y con gorra, ambas en color azul. Solían ir a ver los túmulos donde estaban enterrados los fusilados, en su caso, antes de ingresar en el Seminario (1939-1951). El de Iroxo, en una zona de enebros camino a la borda Arago, coincidente con el marcado por F. Sotro. El de Zokolu, del que supo que era gallego de origen y en cuyo enterramiento participó el dueño de la borda Iruzelai.